Dios ama a cada
uno de sus hijos. Existimos desde Su Amor. Desea que un día lleguemos a
encontrarlo plenamente.
Por eso Dios
trabaja sin cesar para que mi corazón esté dispuesto a acoger Su Amor, a dejar
el pecado y a entrar en la vida verdadera.
“Mi Padre
trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” (Jn 5,17 18). Por eso
Jesús cuida de sus ovejas y busca llevarlas a pastos seguros (cf. Jn 10,1-18).
Quien recibe a
Cristo empieza una vida nueva, la vida de un hijo que se deja amar por su
Padre.
Por eso
necesito abrirme a la acción de Dios. Para ello, afinaré el alma para percibir
sus mensajes y agrandaré el corazón para acogerlos con alegría.
Cada día es una
nueva oportunidad para dejarme transformar por Cristo. Basta un poco de atención
interior para escuchar su voz y luego seguir sus inspiraciones.
Durante el
camino habrá dificultades, incluso caídas. Pero la certeza de que Dios me ama,
y la compañía y apoyo de los hermanos, me permitirán levantarme y continuar
adelante.
El tiempo que
ahora tengo entre mis manos se convierte en una nueva ocasión para abrirme al
Evangelio y escuchar la voz del Maestro.
“Convertíos,
porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt 4,17). “Y ahora, ¿qué
esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre”
(Hch 22,16).
Gracias, Señor,
por invitarme a tu Reino, por llamarme a recibir la vida verdadera. Ayúdame, en
este día y siempre, a abrirme a ti y a acoger todo aquello que me dices desde
la acción continua de tu Espíritu... FP
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