Texto del Evangelio (Jn 3,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te
asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla
donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es
todo el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?».
Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En
verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio.
Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo
cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo
del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida
eterna».
«Tenéis que nacer de lo
alto»
Comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA i
Vidal (Sant Just Desvern, Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos expone la
dificultad de prevenir y conocer la acción del Espíritu Santo: de hecho, «sopla
donde quiere» (Jn 3,8). Esto lo
relaciona con el testimonio que Él mismo está dando y con la necesidad de nacer
de lo alto. «Tenéis que nacer de lo alto» (Jn
3,7), dice el Señor con claridad; es necesaria una nueva vida para poder entrar
en la vida eterna. No es suficiente con un ir tirando para llegar al Reino del
Cielo, se necesita una vida nueva regenerada por la acción del Espíritu de
Dios. Nuestra vida profesional, familiar, deportiva, cultural, lúdica y, sobre
todo, de piedad tiene que ser transformada por el sentido cristiano y por la
acción de Dios. Todo, transversalmente, ha de ser impregnado por su Espíritu.
Nada, absolutamente nada, debiera quedar fuera de la renovación que Dios
realiza en nosotros con su Espíritu.
Una transformación que tiene a
Jesucristo como catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y
que también tenía que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios
nos sea enviado. Él que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros
su poder y su bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha
sufrido hasta derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al
Espíritu que nos enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por
Él obtenemos la adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a
Dios con el nombre de ‘Padre’, la participación de la gracia de Cristo y el
derecho a participar de la gloria eterna» (San
Basilio el Grande).
Hagamos que la acción del
Espíritu tenga acogida en nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus
inspiraciones para que cada uno sea —en su lugar habitual— un buen ejemplo
elevado que irradie la luz de Cristo.
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