“Se le cumplió a
Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes
que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y
sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el
nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se
ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese
nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El
pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos quedaron admirados.
Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió
el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas
estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues
¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El
niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de
su manifestación a Israel”.
Reflexión
Como a toda mujer
encinta, a Isabel le ha llegado su hora. Dentro de la historia, el
alumbramiento de una mujer constituye un hecho absolutamente normal, aunque
gozoso para los padres y los parientes.
Nuestro caso
presenta, sin embargo, un aspecto diferente. Los padres eran ancianos; y la
mujer, estéril. Por eso, dentro de los límites humanos, era imposible una
concepción y un nacimiento. Pero ante Dios no existen cosas imposibles. Por
eso, los ancianos han podido recibir el don de un niño.
Para entenderlo
totalmente debemos tener en cuenta otro dato: lo que al autor del evangelio le
interesa no es el detalle histórico de los padres ancianos o el hecho biológico
de la esterilidad. Esos datos ya se encuentran de una forma ejemplar en la
historia de Abraham y Sara. Lo que interesa es que estos hechos transmiten una
certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha sido simplemente
el resultado de una casualidad biológica.
El texto presupone
que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores. Actúa, por un lado,
la realidad humana de los padres que se aman. Al mismo tiempo, influye de
manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los hombres. La prueba
de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos ancianos. Su resultado, el
nacimiento de Juan Bautista. Es él quien, dentro de la línea de los profetas de
Israel, prepara de una manera inmediata el camino de Jesús.
Sobre este fondo se
entiende perfectamente la historia del nombre. Siguiendo la tradición de la
familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren llamarlo
Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que el niño es un regalo de Dios y
Dios le ha destinado a realizar su obra. Por eso le impone el nombre de Juan,
como se lo ha indicado el ángel (1,13).
Y Juan significa:
‘Dios es misericordioso’. Por medio de este niño, Dios se manifiesta realmente
misericordioso para con sus padres. Y se manifiesta más misericordioso aún para
con el mundo, porque le regala el Precursor de su propio Hijo Divino.
En toda la historia
bíblica -recordemos p.ej. los casos de Abraham o de Pedro- la imposición de un
nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para
una misión extraordinaria. Entonces, desde su mismo nacimiento, llevando el
nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar
esa gran misión que Dios le ha encomendado.
Ahora termina la
mudez de Zacarías. La mudez era un signo de la verdad de las palabras del ángel
que le anuncia el nacimiento de un niño. Ante la presencia de Dios, la realidad
humana ha de callar, terminan las objeciones, se acaban las resistencias. Como
signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio las cosas de este
mundo, está la mudez de Zacarías.
Pero una vez que se
realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone el nombre señalado,
viene de nuevo la palabra. Las primeras palabras que pronuncian los labios
abiertos de Zacarías son un canto de alabanza.
En el nacimiento
del Precursor se anuncia el tiempo de salvación, el tiempo de proclamar las
maravillas de Dios. Del pequeño círculo de los vecinos y parientes, sale y se
extiende por toda la montaña de Judea la noticia de los acontecimientos
extraordinarios. La noticia y el mensaje de salvación buscan extenderse a
espacios cada vez más amplios. Tiene el destino y la fuerza de conquistar el
mundo. NS
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