Algunos
entienden la salvación como un asunto que se puede conquistar al final de la
existencia, por lo que sin dejar de buscar a Dios y de llevar una vida
cristiana, no se comprometen totalmente y viven confiados en la posibilidad de
darle un rumbo diferente a su vida cuando se acerque el final, o después que se
haya disfrutado lo suficiente.
Conciben,
por lo tanto, la salvación como un asunto de conquista y merecimientos
personales, sin calcular que el final puede sobrevenir en cualquier momento,
como decía el evangelio hace un par de semanas. Han dejado de percibir la
salvación como un don de Dios, para asumirla como una cuestión de méritos
personales o de mera pertenencia a un grupo.
En
cambio, otros ya no se interesan en la salvación. Los beneficios y los encantos
del progreso los han seducido de tal manera que llegan a pensar que pueden
conseguir todo lo que necesitan en esta vida. Han llegado a limitar los
horizontes de su vida, conformándose con las satisfacciones y placeres efímeros
que ofrece este mundo.
En
base al modo de vida que impone esta sociedad desconfían de la religión,
llegando a distanciarse de la Iglesia. En todo caso, la única vida espiritual
que consienten es la que se acomoda a sus propios intereses, la que no
cuestiona su estilo de vida, como si se tratara de un producto más, de algo más
que pueden adquirir por medio de sus conocimientos y recursos materiales.
Como
sucede en la mayor parte de preguntas que plantean a Jesús, pesa ya en el
ambiente una respuesta un tanto oficial o una marcada tendencia para
interpretar las cosas. Pero el Señor Jesús tiene la sabiduría para ubicarse en
cada contexto, ofreciendo una respuesta que abre los horizontes y pone en su
justa dimensión las cuestiones fundamentales. En este caso Jesús cambia la
orientación que lleva la pregunta que le hacen, para responder sobre el cómo y
no sobre la cantidad. La salvación no es un asunto de privilegiados ni hay una
lista predeterminada, sino que se ofrece a todos. No se deben cerrar las
puertas del cielo ni fijar un determinado número para salvarse.
Jesús
no se deja llevar por la especulación acerca de la cantidad, desde la cual se
siguen pronunciando algunos grupos religiosos. Más que hablar del número de los
salvados, Jesús se pronuncia sobre el modo de salvarse. No basta pertenecer a
un determinado pueblo o grupo, a una determinada raza, tradición o institución.
Se trata, más bien, de una decisión personal que requiere de esfuerzo y
compromiso, así como de un estilo de vida que el Señor va desvelando en el
evangelio.
Por
eso recurre Jesús a la imagen de la puerta angosta que es el único acceso para
lograr la salvación. En cambio, el camino de la perdición es ancho y holgado,
pero sólo al principio pues en la medida que se avanza en esta forma de vivir,
el camino se va haciendo complicado y amargo, llevando a las personas a un
callejón sin salida.
Por
este camino se instala el hombre en el placer y la comodidad, pero al cerrar
los horizontes de la vida y rechazar la verdad más profunda, al final queda la
náusea y la tristeza.
Decía
San Charbel Makhluf: “Al inicio el diablo hace reír al hombre, después lo hace
llorar y lo lleva al infierno. Al principio Dios nos hace llorar… Al final nos
hace felices. Dios nos hace llorar para corregirnos; la intención del diablo es
hacernos reír para alejarnos de Dios”. Dice la carta a los hebreos: “Hijo mío,
no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda.
Porque el Señor corrige a los que ama…”.
Por
eso, el camino de los justos es estrecho al comienzo, pero poco a poco se va
transformando en un camino amplio que abre los horizontes y libera todas las
capacidades humanas, en la medida que experimenta la esperanza, la alegría y la
paz en el corazón.
Finalmente,
no podemos perder de vista la voluntad salvífica de Dios que quiere que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nos toca, por lo
tanto, responder con sinceridad y generosidad pero sin olvidar que la salvación
es un don de Dios. JCPW
No hay comentarios.:
Publicar un comentario