Más allá del optimismo
La esperanza de la que hablamos hoy trasciende
el optimismo terrenal. No se trata de una sonrisa pasajera o un consuelo
momentáneo. Es un regalo celestial, un don que nos eleva por encima de nuestras
limitaciones humanas y nos asegura que, pase lo que pase, todo irá bien.
En los días oscuros, cuando los temores crecen
y la incertidumbre se cierne sobre nosotros, incluso la esperanza más valiente
puede desvanecerse. Pero la esperanza que Jesús nos ofrece es diferente; es una
llama que nunca se extingue, una luz que brilla con la certeza de que Dios está
guiando todo hacia un bien mayor.
La vida que surge de la tumba
El sepulcro, ese lugar que simboliza el final,
la ausencia de salida, ha sido vencido. Jesús no solo emergió de él, sino que
transformó la tumba en un lugar de nacimiento, un comienzo de algo nuevo y
glorioso, una historia de vida donde antes reinaba la muerte.
Así como Jesús removió la piedra que sellaba su
tumba, nos invita a remover las barreras que encierran nuestro corazón. No
debemos ceder ante la resignación ni enterrar nuestra esperanza bajo el peso de
nuestras dudas y miedos.
En medio del dolor, la angustia y la muerte, la
presencia de Dios es una constante. Su luz ha iluminado la oscuridad más
profunda y sigue extendiéndose para alcanzar los rincones más ocultos de
nuestra existencia.
La grandeza de Dios frente a la desesperanza
Aunque en nuestro interior hayamos dado por
perdida la esperanza, no debemos rendirnos. Dios es más grande que cualquier
oscuridad o final aparente. La muerte no tiene la última palabra.
Dios nos extiende su mano y nos alienta a
seguir adelante. Nos invita a abrir nuestro corazón, a levantar las piedras que
nos impiden ver su luz y a permitirle entrar en nuestras vidas para disipar
nuestros miedos.
Con Jesús, la cruz no es un símbolo de derrota,
sino de victoria y resurrección. Él está con nosotros en la oscuridad, en la
incertidumbre, en el silencio. Su amor es incondicional y eterno, y nada puede
arrebatárnoslo.
El amanecer de un nuevo día
En este Domingo de Resurrección, recordemos que
con Jesús, cada final es un nuevo comienzo. Cada noche oscura precede al amanecer
de un día lleno de posibilidades y esperanza. Con Él, somos llamados a vivir
una vida resucitada, llena de amor, luz y esperanza eterna. Cn
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