¿No
es una locura pensar que en un trozo de pan está el mismo Cristo?
Es cierto, es una locura. Solo Dios
pudo haber pensado y hecho algo tan grande. Pero desde el punto de vista del
amor, es muy razonable. Cuando una madre tiene a su bebe en brazos, llena de
amor, lo abraza y, como le parece poco besarlo, le dice: “te comería”. Es lo
que Dios hace: hace posible que lo comamos. Y, para ello, eligió un alimento
humilde, sencillo y al alcance de todos.
¿De
qué modo está presente Cristo en el pan y en el vino?
La Eucaristía esconde a
Jesús. Todo Jesús está presente detrás de la apariencia de pan. Quien comulga
tiene dentro de sí a Jesús, tan real y físicamente como María lo tuvo durante
los nueve meses del embarazo. Obviamente, de un modo distinto: escondido tras
las figuras del pan y el vino.
¿Para
qué comer la hostia consagrada en lugar de simplemente venerarla?
Porque Cristo se quedó precisamente para
que lo comamos; si no, hubiera elegido otro modo de quedarse. Cuando lo
instituye, dice “tomad y comed”, no “tomad y venerad”… ¡Se quedó para
alimentarnos! No solo para adorarle… El sentido radical de la Eucaristía es
comida. Lo comprobamos al repasar el capítulo 6 del Evangelio de Juan: comienza
con la multiplicación de los panes (con
las que se sacia el hambre material), pasa a hablar del mana (el pan del Cielo, con el que Dios
alimentaba todos los días al pueblo en el desierto) y es en ese contexto en
el que Jesús promete la Eucaristía (el
pan de la vida eterna: su mismo ser).
¿Qué
nos aporta comulgar?
Todo. Diviniza nuestra vida. Nos
aporta lo esencial, aquello que engrandece nuestra vida y la hace eterna: la
vida de Cristo, la vida eterna, vivir en Dios. Y para que nuestra unión a Él
sea plena, se nos da como alimento. Para santificarnos, purificarnos,
divinizarnos, fortalecernos, hacernos crecer, llenar nuestra vida de El mismo…
Lo más grande que podemos hacer en nuestra vida es alimentarnos con Cristo,
hacernos una ‘cosa’ con El.
¿Qué
efectos puede tener en nuestra vida comulgar con asiduidad?
Todos los beneficios que alimentarse
produce en el cuerpo, los produce la Eucaristía a todos los niveles, en cuerpo
y alma. No es un alimento solamente espiritual: ¡nos comemos su cuerpo y nos
bebemos su sangre! En nuestra existencia corpórea no basta con comer una vez,
necesitamos alimentarnos con frecuencia y, gracias a la comida, tenemos
energía… El fin de la vida cristiana es cristificarnos, identificarnos con El. Y,
para ello, necesitamos una fuerza divina que nos transforme: esa fuerza nos la
brinda la Eucaristía.
Al
recibirlo con frecuencia, ¿no podríamos trivializar la grandeza del acto?
Hemos de estar atentos para que la
facilidad con que se nos entrega no nos haga perder conciencia de la grandeza
del don. Sería triste acostumbrarnos a comulgar y hacerlo como si no fuera algo
especial. La solución para desearlo más no es espaciar en el tiempo las
comuniones, sino evitar el peligro de la rutina. Y el gran remedio para la
rutina es la oración: cuando meditamos en la grandeza de la Eucaristía nos
enamoramos del amor que Dios nos tiene. El tesoro es tan grande –es Dios– que
nunca acabaremos de abarcarlo.
¿Debemos
comulgar aunque nos sintamos indignos de recibir a Cristo?
Hay personas que dejan de comulgar
porque se sienten indignas… Pero, por más indignos que nos sintamos, conviene
que comulguemos si cumplimos con las dos condiciones básicas para recibir la
comunión: estar en gracia y guardar una hora de ayuno.
¿Por
qué hay que guardar ayuno?
Es una forma de garantizar la
delicadeza con nuestro Dios. Si vamos a recibirlo, privarnos de alimentos y
bebidas (menos de agua y de medicamentos,
los cuales no rompen este ayuno) una hora antes de comulgar es una manera
de prepararnos para algo tan grande. Esta condición no se les exige a las
personas mayores ni a los enfermos.
¿Qué
es el estado de gracia?
La gracia es una participación de la
vida divina. Nos introduce en la vida de la Trinidad, ya que nos hace
participar de la filiación del Hijo: hijos de Dios Padre, en el Hijo, por la
acción del Espíritu Santo. La recibimos en el Bautismo y la perdemos cuando
cometemos un pecado mortal. Si la perdemos, la recuperamos en el Sacramento de
la Penitencia.
¿Y
si se comulga en pecado mortal?
Se comete un sacrilegio, que es pecado
grave por el mal uso de lo sagrado. Dejar de comulgar no es pecado; hacerlo
indignamente, sí. Por esto, si uno duda si está en pecado mortal, siempre es
mejor no comulgar; salvo en el caso de los escrupulosos, que son aquellos que
creen estar en pecado mortal, sin estarlo.
Por
tanto, ¿no es obligatorio comulgar cada vez que asistimos a misa?
Durante la misa, solo es obligatoria
la comunión del sacerdote. Los fieles no tienen esta obligación, pero es muy
conveniente comulgar cuando participamos en esta gran celebración. Eso sí, si
uno no está en gracia o no cumple con el tiempo de ayuno, no debe comulgar. Los
católicos que tienen uso de razón tienen la obligación de comulgar al menos una
vez al año, en Pascua.
¿Y
para qué nos sirve ir a misa si no podemos comulgar?
La misa es el centro de nuestra vida.
En ella nos unimos a la ofrenda de Cristo, al Padre, y así esta recibe un valor
de eternidad. Esto no es por la comunión, sino por la participación en la misa.
Y, en muchísimos casos, la solución es sencilla: buscar un sacerdote para
confesarse.
Si
no estamos seguros de sí podemos comulgar, ¿qué debemos hacer?
Si esa duda tiene fundamento (“dudo si un pecado que cometí es grave”)
hay que dejar de comulgar. Es mejor no comulgar que cometer un sacrilegio. Si
la duda no tiene fundamento (“dudo de
que, a lo mejor, podría tener un pecado grave”), hay que despreciar la duda
y comulgar.
¿Comulgar sin confesarse?
¿Se
puede recuperar el estado de gracia antes de confesarse?
Si, haciendo un acto de perfecta
contrición, con el propósito de confesar tan pronto como sea posible.
¿Puedo
comulgar si hago un acto de contrición perfecta?
Para comulgar se debe estar en estado
de gracia: esto no tiene excepción. Como un acto de contrición perfecta
devuelve la gracia, en tal caso se cumpliría con dicha condición.
¿Cómo
sé que mi acto de contrición ha sido perfecto?
Para custodiar la Eucaristía y evitar
sacrilegios, la Iglesia prescribe que quien tenga conciencia de haber cometido
un pecado grave no comulgue sin haberse confesado antes.
¿Hay
alguna excepción que permita comulgar sin haberse confesado?
Los preceptos de la Iglesia no obligan
cuando existe una dificultad grave en su cumplimiento. Cuando una persona no
puede confesarse y debe comulgar (algo
poco frecuente), podría lícitamente comulgar haciendo antes un acto de
contrición perfecto. Es el caso, por ejemplo, de un sacerdote que ha cometido
un pecado grave y, no teniendo con quien confesarse, debe celebrar misa (ya que no puede celebrarla sin comulgar).
En el caso de los laicos no parece que esto se dé, salvo en casos muy
extraordinarios. EV
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