Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
sábado, 31 de agosto de 2024
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viernes, 30 de agosto de 2024
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Análisis y generalizaciones…
De
repente, una frase parece romper con la brillantez del texto: “En pleno siglo
XXI, ya nadie podrá sostener que las guerras se ganan con astucia. Lo
fundamental, en asuntos militares, gira siempre en torno al dinero”.
La
observación es sugestiva, y muchos la compartirán. Pero, ¿seguro que nadie en
el siglo XXI dirá que las guerras se ganan con astucia?
Alguno
podría responder que solo inexpertos o poco competentes podrían decir que la
astucia tiene peso decisivo a la hora de determinar quién gana o quién pierde
una guerra.
Pero
el punto está en que sigue siendo posible, en el siglo XXI como en el pasado,
encontrar a quienes digan precisamente eso, sean o no sean incompetentes.
En
otras palabras, un estudioso que desee de verdad corregir errores y ofrecer
perspectivas mejores para comprender cualquier tema, si ama la verdad tendrá
que reconocer que puede haber personas que digan lo que para él resultaría ya
totalmente ‘superado’.
Es
bueno, al hablar y al escribir, tener esa apertura mental para no suponer que
una idea no podría ser sostenida por otras personas, aunque se trata de una
minoría exigua y marginal, y para evitar generalizaciones que no corresponden a
la inmensa complejidad humana.
Porque
en el horizonte de las opiniones humanas, todavía hay quienes niegan lo que
para muchos sería algo ‘innegable’.
Las
opiniones de algunas minorías muestran cómo, en el ser humano, por motivos
diferentes, existe una apertura interior que permite sostener lo blanco y lo
negro, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso.
Desde
luego, lo falso será falso siempre, ayer como mañana, lo afirmen tres personas
o cien millones de personas.
Pero
que lo falso sea falso no convierte en verdadera esa afirmación extraña que
todavía muchos repiten con sorprendente seguridad: “a partir de tal año (o tal
siglo) resulta imposible afirmar tal teoría”.
Es
mucho más correcto, y señal de que un estudioso reconoce la complejidad del
mundo humano, simplemente afirmar: “casi nadie podrá sostener actualmente esta
tesis, aunque resulta posible que alguna minoría la defenderá en el presente o
incluso en el futuro”. FP
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Cómo ofrecer el Evangelio…
La
fe, además, es dinámica. No podemos acoger un regalo tan grande sin sentir,
dentro del alma, el deseo de compartirlo a otros. Quisiéramos que familiares,
amigos, compañeros de trabajo, personas que conocemos, puedan abrir sus
corazones, encontrar a Cristo, recibir el don de Dios, dar un sí que les
introduzca en la familia de los creyentes. De este modo, llegarán a ser parte
del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia.
Pero
el mundo ha levantado mil barreras al Evangelio. Unos simplemente no tienen ni
tiempo ni deseos de escuchar la noticia que cambia: Cristo me amó y se entregó
a sí mismo por mí (cf. Ga 2,20).
Otros están aturdidos por los placeres, por las riquezas, por las
preocupaciones de este mundo (cf. Lc
8,14).
Otros
tienen miedo: miedo a ser ridiculizados, relegados, criticados, incluso
despedidos y castigados (cf. Lc 8,13).
Para evitar problemas en este breve tiempo dejan de lado el ofrecimiento más
importante: el bautismo que salva (cf.
1Pe 3,21).
Mientras,
el tesoro sigue escondido en un campo, la perla no ha sido descubierta (cf. Mt 13,44-46). Miles de corazones
siguen tras placeres de espejismo, tras drogas para los corazones o para los
cuerpos. Se dejan atrapar por la avaricia o la soberbia.
¿Cómo
podemos ofrecer el Evangelio? ¿Cómo conseguir que la luz que ilumina a todo
hombre llegue a más corazones (cf. Jn
1,9)?
Ante
nuestra pequeñez, ante la gran cantidad de dificultades, sentimos la urgencia
de rezar a Dios para pedirle que nos haga mensajeros convencidos, enamorados,
coherentes, de su Evangelio. Para suplicarle que nos permita hablar con
nuestros actos, con nuestra integridad, con nuestra alegría, con nuestra
justicia. Para que nos dé fuerzas para que el amor esté siempre encendido, como
lámpara que brilla sobre los techos (cf.
Mt 5,15-16).
Así
será posible que pronto, muy pronto, otros hombres y mujeres puedan confesar
que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre (cf. Flp 2,11). FP