Cuando nos
enteramos de que un amigo se ha suicidado, la noticia siempre será triste, pero
la sorpresa puede ser mayor o menor según el estado de ánimo que haya tenido
meses antes de que lo hiciera. Normalmente se trata de personas que habían
caído en depresiones profundas, dando señales de ello. Es el caso de un par de
amigos en meses recientes, ambos viviendo lejos de mi ciudad de residencia. Y
entonces podemos preguntarnos si algo pudimos haber hecho para evitar esa tragedia.
Otro caso es el
suicidio de amigos (incluyendo familiares) que tuvieron una enfermedad terminal
y que, desesperados, adelantaron su muerte, pensando en evitar sufrimientos muy
graves. Lo mismo ocurre cuando esa persona es diagnosticada con una enfermedad
degenerativa incurable para la ciencia médica. En esos casos, nos resulta menos
impactante ese suicidio, aunque igualmente doloroso. Pero centrémonos en los
enfermos de depresión que pudieran llegar a suicidarse.
Las
enfermedades de la depresión y la ansiedad profundas son algo muy complejo,
respecto a sus causas, circunstancias y atención médica necesaria. Los casos de
depresión y ansiedad (la mayoría de las veces van juntas) y teniendo diversos
orígenes, requieren tratamiento médico profesional. Y en ocasiones, esta dupla
depresión-ansiedad lleva al enfermo a contemplar el suicidio, y a llevarlo a
cabo. ¿Y las personas que no somos psiquiatras profesionales, podemos
ayudarles? Si, en cierta medida y con ayuda del Señor.
Las personas
depresivas tienen conductas fácilmente reconocibles, pero en general, lo viven
en el interior de ellas mismas, ante la preocupación, pero no la ocupación de
quienes les rodean y que observan cambios de conducta y estado de ánimo muy
preocupantes. Y cuando hacen crisis, llegan al suicidio, que quizá se pudo
evitar si sus cercanos, familiares y amigos, se ocuparan de ayudarles a superar
las causas de la depresión, o a sobrellevarlas mejor. Muchas veces es resultado
de maltrato, abandono o presión y exigencias de mala manera de parte de sus
seres más cercanos. El desamor recibido es terrible.
Bien podemos
orar por ellas, pero no dejar todo en manos de Dios, eso es muy cómodo, pues
para eso estamos nosotros como sus instrumentos. Una de las obras de
misericordia es visitar al enfermo, pero eso no se limita a ir a casa u
hospital del enfermo encamado, sino también a quienes tienen otro tipo de
enfermedades, como las mentales. Visitar al deprimido es estar anímicamente
cerca de él. Apoyarlo, ayudarle en consejos y otras formas a salir de la
depresión, a superarla, y que no llegue, en su desesperación, a ver el suicidio
como la forma real de acabar con aquello que les abruma.
Debemos estar
atentos a los cambios de estado de ánimo de los amigos que en plazos más o
menos cortos, empiezan a mostrar signos de depresión, a alejarse de otras
personas. Entonces es cuando debemos estar cerca, y asistirles en lo que
podamos, pidiendo para ello la ayuda del Señor. Que no nos sorprenda la noticia
de que el amigo de pronto se ha suicidado como resultado de una depresión
profunda, que siempre se nota de una forma u otra, en sus estados de ansiedad,
de frustración, de tristeza no pasajera sino permanente. Duermen menos, comen
menos, se introvierten, están cansados siempre, inclusive pueden mostrar cierto
nivel de hostilidad en su trato, producto de su ansiedad y de sentirse
abandonados o maltratados por sus seres más cercanos, o por fallas en sus
actividades más importantes. Este tipo de enfermos en general no hablan del
suicidio, se callan la idea, frente a otros que sí mencionan la posibilidad de
quitarse la vida.
El problema del
suicidio se ha vuelto muy grave como causa de muerte en jóvenes y hasta en
niños, que caen en depresiones y ansiedad ante exigencias sociales que no
pueden o no se sienten capaces de superar. Hay que cuidarlos para que no les
seduzca la idea que la muerte es la solución a todo. Creo que no hay duda que
muchas de esas muertes autoinflingidas, de jóvenes, niños y adultos, llevan de
fondo un alejamiento de Dios, un fenómeno social cada vez más grave.
Estemos pues
alertas ante las señales de que alguien cercano se está hundiendo en depresión
profunda, no como algo pasajero, sino que se está volviendo su estado de ánimo
permanente. Los estados de ansiedad que acompañan a la depresión son más o
menos fáciles de notar y deben ser motivo de alarma y de ocuparse de esa
persona. Oremos al Señor para que le sostenga, y para que nos de formas de
nosotros ayudarle, y animar a sus más cercanos a hacer lo propio, a tratarlo
con el amor al prójimo que Dios nos pide siempre. Y sobre todo, animar al
deprimido a acercarse a Dios, y confiar en Su divina bondad y misericordia. SIRV
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