Recordamos las palabras del Señor Jesús a los fariseos en uno de los
relatos evangélicos en los que a éstos, que participaban de la oración y las
alabanzas a Dios diariamente en el templo y además ‘trataban de’ y ‘creían’ ser
cumplidores de la Ley, Jesús les reprende en grupo para llamarles hipócritas
porque tributaban el diezmo al templo en las semillas pequeñas (menta, aneto,
comino…) pero despreciaban lo principal: la justicia, la misericordia, y la fe
sincera (el amor de Dios). Jesús
añadió: “Esto es lo que había que practicar, aunque sin omitir aquello” (Lucas 11,42).
Y ¿cuál es el mandamiento principal que hay que practicar con fe sincera? A
un doctor de la Ley le respondió (Marcos
12,29-31; Lucas 10,27-28.37): “Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es
el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente y con todas las fuerzas. El segundo es: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”. Cumplir
el primer mandamiento es practicar la fe sincera. Y cumplir el segundo
mandamiento es practicar la compasión y la misericordia, así como la justicia y
el derecho, dando a cada uno lo suyo como esperaríamos recibir de ellos si
hicieran lo que nosotros hacemos. Es practicar la caridad.
También observamos que en la conversación de Jesús con Marta, la hermana de
Lázaro y de María, en Betania, le dijo que una sola cosa es importante. “María
ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lucas 10,41-42). Esa parte es escuchar atentamente a Jesús
mientras les explica su predicación. Escuchar la palabra de Dios es lo único
importante según Jesús, más que multiplicarse en atender muchos asuntos o el
servicio a los demás si con ello perdemos de vista lo principal, que es amar a
Dios y atenderle.
Como leemos en el evangelio (Mateo
6,33), Jesús dijo: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas
esas cosas se os darán por añadidura”. Esas cosas eran qué comer, qué beber y
con qué vestir.
No es buena conducta dejar a Dios para el final de la vida, o para momentos
de cumplimiento evidente como incluso podría ser “oír misa entera todos los
domingos y fiestas de guardar” que es un mandamiento de la Santa Madre Iglesia
y que hay que cumplir, pero si mientras todas nuestras demás acciones se
dirigiesen a asuntos de este mundo como enriquecerse aunque sea lícitamente, o
distraerse con la mundanidad, etc. podríamos desorientar nuestras vidas. Jesús
quiere que le escuchemos y conozcamos su palabra, porque por ella seremos
juzgados un día por el Padre y Él, por su palabra. Creyendo en Él nos
salvaremos, y con nuestra perseverancia (en
la práctica de la fe y las buenas obras) salvaremos nuestras almas (Lucas 21,19). Son palabras de Jesús a
sus discípulos.
En el ‘Padre nuestro’, oración que rezamos con frecuencia, por ejemplo en
cada misa, decimos al Padre de Jesús y Padre nuestro que “santificado sea tu
nombre”, y esto lo podemos hacer nosotros mediante la oración, participación en
misas, recibiendo sacramentos debidamente preparados, predicaciones,
meditaciones, rezando, leyendo la Sagrada Escritura y otros libros o artículos
que ayuden a nuestra fe, actualmente en internet tenemos esta posibilidad en
páginas indudablemente católicas... Decimos también que “venga a nosotros Tu
reino”, que “hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo”. El reino de
Dios nos vino por Dios Padre desde el origen del mundo y por el Hijo Jesús en
un tiempo concreto de la historia con su encarnación en el seno de María santísima,
y también por la venida del Espíritu Santo al colegio apostólico por voluntad
de Jesús resucitado.
La voluntad del Señor se concreta en el cumplimiento de los mandamientos
que cada uno debe de llevar a cabo personalmente y con la ayuda de la Iglesia,
y así conseguimos la salvación en esta vida y en la eterna. La voluntad de Dios
en nosotros se concreta también en servir a Dios y a los hombres. No solo a los
hombres dejando a Dios de lado, sino en primer lugar a Dios y como consecuencia
también a los hombres, porque no se puede amar a Dios despreciando a los
hombres, ni amar bien a los hombres despreciando antes a Dios.
El amor es el lugar de encuentro del hombre con Dios y con el prójimo, y se
comienza a amar escuchándoles, aprendiendo de Dios y compadeciéndonos del
prójimo. Cumpliendo los mandamientos de vida, amor y justicia. Sin anular la
gracia y la verdad que nos han llegado por Jesucristo como comenta el evangelio
(Juan 1,17). Pues si por la ley se
obtuviera la salvación, en vano habría muerto y resucitado Jesús. Dios tendrá
preparado para los fieles un lugar en el cielo, donde encontraremos la
salvación eterna si somos fieles y leales a su palabra en esta vida hasta
nuestro encuentro con el Señor que nos espera con un lugar de su amabilísimo corazón
para acogernos un día, tal y como quiere de nosotros y espera de nuestra
voluntad y con actos concretos para ello. MRE
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