Los principales se endurecen
El
pueblo –abierta y sencillamente- aclama a Cristo, y – en su mentalidad, humana-
le quieren como rey temporal. Los discípulos, al convivir con Él, tienen una fe
más firme y le adoran como Hijo de Dios. Pero los principales le resisten.
Aunque son miles los que le aclaman, los escribas y fariseos venidos de
Jerusalén, se unen a los locales y le critican por faltar a las tradiciones, no
quieren oír, ni ver, lo palmario, no quieren creer. La crítica por no lavarse
las manos es tan desproporcionada que clama al cielo. Jesús hasta el momento ha
reaccionado con mansedumbre. Pero es frecuente que los que no buscan la verdad,
confundan bondad con debilidad. Jesús actuaba así para no apagar la mecha que
aún humea, ni quebrar la caña cascada. Pero ahora la mecha ya está apagada, la
caña quebrada definitivamente. La ha roto el orgullo, la infidelidad, la
envidia, y otros muchos pecados ocultos que, en el momento adecuado, Jesús
desvelará. De momento conviene contestar a las críticas con fortaleza, para
defender la fe de los débiles y para ver si ella consigue lo que no fue posible
con la mansedumbre.
“Se acercaron a él los fariseos y algunos escribas que habían llegado de
Jerusalén, y vieron a algunos de sus discípulos que comían los panes con manos
impuras, es decir, sin lavar. Pues los fariseos y todos los judíos nunca comen
si no se lavan las manos muchas veces, observando la tradición de los antiguos;
y cuando llegan de la plaza no comen, si no se purifican; y hay otras muchas
cosas que guardan por tradición: purificaciones de las copas y de las jarras,
de las vasijas de cobre y de los lechos. Le preguntaban, pues, los fariseos y
los escribas: ¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición
de los antiguos, sino que comen el pan con manos impuras? El les respondió:
Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito:
Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí. En vano
me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos. Abandonando el
mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres. Y les decía: ¡Qué
bien anuláis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición! Porque
Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la
madre, sea reo de muerte. Vosotros, en cambio, decís: Si un hombre dice al
padre o a la madre: Lo que de mi parte pudieras recibir sea Corbán, que
significa ofrenda, ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre;
con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos
habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas” (Mt).
Las tradiciones humanas
El
valor de las tradiciones humanas es proteger los mandatos de Dios, para
facilitar o, al menos, recordar la necesidad de cumplir los mandamientos de la
Ley divina. Pero si se ponen tradiciones humanas por delante de las divinas se
hace grave falta. El pecado de aquellos hombres era la hipocresía, y convenía
desenmascararla, porque al revestirse de bondad y virtud, engaña al que no sabe
y no puede descubrir el fondo.
Jesús
reacciona con energía: para incorporarse al Reino era imprescindible creer en
Él y vivir de acuerdo con los mandatos de Dios. Ya antes había advertido
que “se perdonarán a los hijos de los hombres todos los pecados y
cuantas blasfemias profieran; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo
jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno. Porque ellos decían:
Tiene un espíritu inmundo” (Mc). Y de esto se trataba, aunque pareciese que
se discutía sobre la cuestión de cómo lavarse las manos para comer.
En
aquellos hombres se ha dado un endurecimiento culpable. “Aunque había
hecho Jesús tantos milagros delante de ellos, no creían en él, de modo que se
cumplieran las palabras que dijo el profeta Isaías: ´Señor, ¿quién ha creído
nuestro mensaje?; y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado?´.
Por
eso no podían creer, porque también dijo Isaías: ´Ha cegado sus ojos y ha
endurecido su corazón, de modo que no vean con los ojos, ni entiendan con el
corazón, ni se conviertan, y los sane” (Jn).
No querer aceptar lo bueno
El
escándalo farisaico nace de ver cosas malas donde no las hay, con la intención
de no querer aceptar lo que es bueno: creer que Jesús es el Hijo de Dios que viene
a este mundo para salvarlo. Sólo los pobres, los humildes de corazón, los que
tienen una actitud humilde podrán creer, pues tienen puesto su corazón en la
búsqueda de Dios y no en sus egoísmos. Estos son los bienaventurados, a ellos
pertenece el Reino.
Los fariseos se escandalizan
Jesús
dará la explicación de lo que está pasando a sus discípulos para que no se
contaminen: “Y después de llamar a la multitud les dijo: Oíd y
entended. Lo que entra por la boca no hace impuro al hombre, sino lo que sale
de la boca: eso sí hace impuro al hombre. Entonces se acercaron los discípulos
y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tus palabras?
Pero él les respondió: Toda planta que no plantó mi Padre Celestial será
arrancada. Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a otro
ciego, ambos caerán en el hoyo.
Pedro
entonces tomó la palabra y le dijo: Explícanos esa parábola. El respondió:
¿También vosotros sois todavía incapaces de entender? ¿No sabéis que lo que
entra por la boca pasa al vientre y luego se echa en la cloaca? Por el
contrario, lo que procede de la boca sale del corazón, y eso es lo que hace
impuro al hombre. Pues del corazón proceden los malos pensamientos, homicidios,
adulterios, actos impuros, robos, falsos testimonios y blasfemias. Estas cosas
son las que hacen al hombre impuro; pero el comer sin lavarse las manos no hace
impuro al hombre” (Mt). EC
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