Esto
significa que la fe ya no es «algo evidente y natural». Lo cristiano está
sometido a un examen crítico cada vez más implacable. Son muchos los que en
este contexto se sienten sacudidos por la duda, y bastantes los que, dejándose
llevar por las corrientes del momento, lo abandonan todo.
Una
fe combatida desde tantos frentes no puede ser vivida como hace unos años. El
creyente no puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones.
La fe va a depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será
cristiano quien tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo.
Este es el dato tal vez más decisivo en el momento religioso que vive hoy
Europa: se está pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por
decisión.
Ahora
bien, la persona necesita apoyarse en algún tipo de experiencia positiva para
tomar una decisión tan importante. La experiencia se está convirtiendo en una
especie de criterio de autenticidad y en factor fundamental para decidir la
orientación de la propia vida. Esto significa que, en el futuro, la experiencia
religiosa será cada vez más importante para fundamentar la fe. Será creyente
aquel que experimente que Dios le hace bien y que Jesucristo le ayuda a vivir.
El
relato evangélico de Juan resulta hoy más significativo que nunca. En un
determinado momento, muchos discípulos de Jesús dudan y se echan atrás.
Entonces Jesús dice a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón
Pedro le contesta en nombre de todos desde una experiencia básica: «Señor, ¿a
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».
Muchos se mueven hoy en un estado intermedio entre un cristianismo tradicional
y un proceso de descristianización. No es bueno vivir en la ambigüedad. Es
necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Y tú,
¿también quieres marcharte? JAP
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