Llevar caridad a un enfermo no es solo
surtir una receta o aconsejar remedios. Si bien son cosas necesarias, la
complejidad de este tema es amplia, pues la vivencia con un enfermo o con una
persona que requiere mucha atención en cuestión de salud requiere asistirle no
solo en lo físico, sino también en lo espiritual. En palabras del Papa
Francisco, la caridad es el abrazo de Dios de nuestro Padre a cada persona,
especialmente a los más pequeños y a los que sufren, que ocupan un lugar
preferencial en su corazón.
Es en este sentido que cuando
visitamos a un enfermo, los laicos no debemos reducirlo a un aspecto meramente
logístico o asistencial; porque cuando un enfermo se siente visitado por un
extraño o por alguien que se interesa en escucharlo, recibe un alivio que no
pueden dar los medicamentos. Su rostro y su dolor ocultan a Cristo mismo y su
enfermedad que cargan como Cruz, es un madero pesado que al compartirlo
momentáneamente con un nuevo Simón de Cirene permite al enfermo y a sus
familiares sentirse no solo asistidos, sino consolados. Por eso el laico comprometido
debe acercarse lleno de los dones del Espíritu Santo, pero sobre todo con
paciencia, sensatez, discreción, prudencia, delicadeza y ternura conscientes de
que no vamos a resolver su situación de sufrimiento, tristeza, pena, enojo o
negación; sino dispuestos a testimoniar compasión, a buscar el acercamiento que
permita el encuentro de dos corazones abiertos a evidenciar cómo a través de la
enfermedad o del dolor también se filtra el pecado y se puede alcanzar la
conversión y la Paz. LVD
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