Nos
estremece de conmoción pensar que este hombre, que duerme apacible, es el padre
putativo del Verbo Encarnado. Como nos recuerda San Juan Crisóstomo: San José entró en el servicio de toda la economía de la
salvación (San Juan Crisóstomo, In Matth. Hom V, 3: PG 57,58). En sueños
escucha la voz de Dios, delante de los problemas no se asusta, actúa siguiendo
los designios divinos. Su silencio da espacio a las obras impregnadas de
humildad. San José no hace ruido porque tiene una gran profundidad interior
como “los profundos ríos que fluyen en el
mínimo ruido” (Curcio, Hist 7,4, 13).
Por
eso el Papa Francisco ha promulgado un año dedicado a San José en medio de esta
emergencia sanitaria mundial que todavía perdura. Dentro de la lógica del que
cree y actúa confiando en la providencia- como vivió San José-podemos decir que
su figura entre sueños, sustos y silencios es modelo para nosotros hoy. El sueño, el susto y el silencio. Las tres ‘S’
de San José puede ser también para nosotros una inspiración del Espíritu Santo.
El sueño de San José produce una gran
confianza.
Toma a María por esposa y va a Egipto huyendo de Herodes porque en sueños,
escuchando en paz la voz de Dios, confía. Lleno de esperanza, capta el designio
de Dios para su vida. No se opone a la razón de lo que implica la misión de ser
padre putativo del Verbo, sino abraza con confianza una lógica que sobrepasa
los criterios y los proyectos humanos. Reconoce que una vida que no se ancla en
la profundidad de la voluntad de Dios es una vida repleta de confusión, de
dudas, de complejos, de problemas, de auto-referencialidad destructiva.
En
la historia del arte barroco español es muy conocida la expresión de Goya
respaldada por su fantasmagoría y locura geniales como pintor, expresión un
tanto como crítica al sistema político y social de la época: el sueño de la razón produce monstruos (cfr. Gombrich, E.H., La historia
del arte, PHAIDON, 1997, La
ruptura de la tradición, pág. 488). En otras palabras, el hombre que vive
sin la razón se depara con un sinsentido, casi como en un callejón sin salida.
San José es la antítesis de una consideración humana del sueño de la razón.
El
sueño de la razón en la figura de San José produce el abandono confiado en la
gracia de Dios. San José cuando duerme y se abandona a la providencia divina no
está eliminando su capacidad de pensar y de entender la voluntad de Dios, sino
está elevando su inteligencia a la Inteligencia Infinita de Dios. Esto requiere
mucha humildad y de San José podemos aprender siempre a pasar de nuestras
razones a la única Razón que perdura siempre.
El susto de San José centra su corazón
en lo esencial. Ciertamente el susto más grande fue perder a
Jesús en el Templo. Aquel día la faena fue buscar por todas partes un
crío de doce años con el corazón en un puño. Una vez más la humildad de San
José se desvela ante la respuesta directa de un niño: “¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que debo estar en la casa de mi Padre?”. Los nervios y el cansancio
de San José, aplicados a aquella búsqueda, se derritieron ante la respuesta de
Cristo como la nieve se derrite a la salida del sol. La docilidad de San José
delante del susto de perder a Cristo aprende a centrar su corazón en lo que es
esencial en la vida.
Por
ello, es saludable que en nuestra vida de vez en cuando surjan imprevistos,
situaciones que nos asusten, nos espabilen y nos descentren. Es natural tener
seguridades humanas en nuestra vida. Sin embargo, sucede que a veces la única
seguridad que tenemos es la inseguridad. La pandemia que estamos atravesando
nos está mostrando esto a bocajarro. Tantos desconciertos, problemas,
enfermedades, carencias, crisis, sustos que suceden en la vida para que
aprendamos a descubrir dónde está nuestro corazón, cuál es nuestro centro.
Los
sustos y las dificultades son una escuela de humildad para centrar la vida en
lo que es esencial. Quien vive una vida perfecta, geométrica, agendada,
intacta, y nunca sabe adaptarse a los contratiempos, aún no sabe lo que es ser
cristiano. La vida plasmada en tres figuras geométricas son nefastas: mentes
cuadriculadas, círculos viciosos y triángulos amorosos. Personas que no someten
su inteligencia a la novedad del Espíritu, giran su voluntad sólo en su propio
ombligo y mendigan amores efímeros sin centrar su corazón en un Amor que sea
Único y dure para siempre. San José encontró lo que es esencial porque asimiló
los sustos, los contratiempos, las dificultades, lejos de moldes rígidos de una
actitud geométrica cerrada a la acción de Dios.
El silencio de San José robusteció su
fe.
No dice palabra alguna en los Evangelios. Su silencio es evidente entre las
páginas sagradas donde buscamos respuestas, luces, orientaciones espirituales.
Si esperamos alguna palabra de San José allí, ya estamos defraudados
completamente. Muchos libros se han escrito sobre el pobre carpintero y todos
lamentan su silencio, aunque pocos alaban ese silencio como escuela de fe.
El
silencio de San José es un aprendizaje para nosotros que podemos pensar que la
maduración en la fe se da sólo con conocimientos librescos de teología, de
tratados de espiritualidad, de charlas y cursos sobre la fe católica, de
retiros tras retiros plagados de palabras, de ideas, de propósitos, de
ilusiones plasmadas en un diario espiritual empolvorado en algún cajón. No creo
que San José escribiese un diario espiritual, pero sí creo que su silencio
favoreció su atenta observación a cada palabra y gesto de Cristo. Su alma silenciosa
registró la sabiduría y la fuerza de Dios en la normalidad de un niño que se
llamaba Jesús y era el Verbo Eterno de Dios Padre.
Hace
gracia escuchar a algunos que, ensalzando la tecnología y el avance plausible
de la ciencia moderna, ignoran que algunas intuiciones del engranaje
tecnológico ya existían en el pensamiento de sabios monjes. El primero en
intuir el concepto de fotografía con la aplicación terminológica griega
correcta fue Filoteo, el Sinaita, discípulo de San Juan Clímaco. Para él el silencio
del alma como atención y custodia de la Palabra de Dios es el requisito para
“imprimir y fotografiar Jesucristo en el espejo de nuestra alma”. Dice: “custodiemos con toda atención el espejo del alma en el que
normalmente se imprime y se fotografía (φωτογραφειν: escribir o registrar algo con
el efecto de la luz) Jesucristo, Sabiduría y Fuerza de Dios” (Filoteo, el Sinaita, Cuarenta
capítulos, 23).
Siendo
así, el silencio de San José favoreció ese fotografiar en su alma la grandeza
de Cristo. Aumentaron en él la fe y el amor para asumir grandes
responsabilidades entre las cuales, no cabe duda, la de educar al Logos Eterno
de Dios, enseñarle a trabajar, a estudiar, a rezar, a vivir entre los amigos,
entre los vecinos, dentro de casa, etc. Ese silencio activo es más verdadero y
eficaz que mil palabras lanzadas al aire.
Con
San José aprendemos que el verdadero silencio sólo puede ser de mucho provecho
espiritual si somos capaces de fotografiar con la atenta observación del alma
la presencia de Cristo en nuestra vida diaria. Porque la fe implica atención,
observación, escucha. Cuando San Benito empezó a escribir la Regla para sus
monjes lo primero que les ordenaba ya en el prólogo era: “Escucha, hijo mío, las enseñanzas del maestro…” (San Benito de Nursia, Regla, Prólogo 1) y seguramente tenía muy
presente el ejemplo de San José.
Recuerda
así las tres ‘S’ de San José: sueño, susto y
silencio. Debajo de la estatuilla de San José durmiente podemos
colocar ahora una intención muy concreta: la gracia de soñar el designio de Dios, de descubrir el Dios de las
sorpresas en medio de los sustos y contratiempos de la vida y de fotografiar en
nuestra alma a Cristo en el silencio orante y atento del corazón.
Confía que San José con su intercesión está muy despierto, quizás somos
nosotros los que estamos dormidos. CJdaS
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