Hay cosas que
aprendemos en un momento del pasado y luego aplicamos por mucho tiempo sin
necesidad de actualizaciones, como la tabla de multiplicar o algunas fechas
claves de la historia.
Otras cosas
tenemos que actualizarlas, sea porque se nos olvidan, sea porque las ciencias
progresan continuamente.
En la vida
espiritual podemos aprender elementos esenciales, como la importancia de los
sacramentos y de la oración, o la ayuda que nos proporciona tener un buen director
espiritual.
Pero conforme
nos abrimos a la experiencia de Dios y a la vivencia del Evangelio, tenemos que
reconocer que siempre somos aprendices.
En parte,
porque el mal y las pasiones nos amenazan continuamente, y algunos pecados
ponen serias dificultades en el propio camino espiritual.
En parte,
porque la misma naturaleza de los misterios divinos resulta inabarcable para la
mente del hombre, pues Dios es más grande que nuestros pensamientos.
Por eso,
siempre somos aprendices en la vida espiritual, siempre tenemos que sentirnos
como niños necesitados de ayuda, acompañamiento, renovación.
Vivir como
aprendices nos abre a las sorpresas de Dios, nos estimula a buscar buenos
maestros espirituales, nos motiva a leer a escritores del pasado y del presente
que nos iluminan sobre el camino hacia la fe verdadera.
Este día tendrá
sus tristezas, sus gozos, sus problemas, sus resultados. Sobre todo, este día
habrá una constante y respetuosa acción de Dios en mi alma, que será fecunda si
he aprendido a vivir como un niño, abierto a los dones del Espíritu, y
dispuesto a aprender en cada momento lo que Él susurra en mi corazón enamorado.
FP
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