El
Evangelio de Juan (2,13-25), nos
narra un episodio en el que Jesús sube a Jerusalén para celebrar la Pascua y se
encuentra con que el templo se ha convertido en un mercado. Con autoridad y
celo, expulsa a los vendedores y cambistas, y les dice: “Quitad esto de aquí;
no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Jesús muestra así su amor y
respeto por el templo, que es el lugar de la presencia de Dios y de la oración.
Jesús
anuncia su resurrección
Los
judíos le piden una señal que justifique su acción, y Jesús les responde:
“Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos no entienden
que Jesús se refiere al templo de su cuerpo, que será entregado en la cruz y resucitado
al tercer día. Jesús anticipa así el misterio de su muerte y resurrección, que
es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Jesús
conoce el corazón humano
El
Evangelio nos dice que muchos creyeron en Jesús al ver los signos que hacía, pero
que él no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y sabía lo que hay
dentro de cada hombre. Jesús conoce nuestra fragilidad, nuestra debilidad,
nuestra necesidad de conversión. Él nos ama tal como somos, pero nos invita a
seguirlo, a cambiar de vida, a purificar nuestro corazón.
La
Cuaresma, tiempo de gracia
La
Cuaresma es el tiempo litúrgico que nos prepara para celebrar la Pascua, la
victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte. Es un tiempo de gracia, de
conversión, de renovación. Es una oportunidad para acercarnos más a Dios, para
escuchar su palabra, para orar, para ayunar, para hacer obras de caridad. Es un
tiempo para dejar que Jesús purifique nuestro templo interior, para que él
habite en nosotros y nosotros en él.
La
Iglesia, comunidad de creyentes
La
Iglesia es el pueblo de Dios, la familia de los hijos de Dios, la comunidad de
los creyentes. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, y cada uno de nosotros somos
sus miembros. La Iglesia es el templo del Espíritu Santo, que nos da la vida y
nos guía. La Iglesia es nuestra madre, que nos acoge, nos educa, nos alimenta,
nos acompaña. La Iglesia es nuestra casa, donde nos sentimos en familia, donde
compartimos la fe, la esperanza y el amor.
La
Eucaristía, fuente y cima de la vida cristiana
La
Eucaristía es el sacramento por excelencia, el memorial de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús, el banquete de comunión con Dios y con los hermanos. La
Eucaristía es la fuente y la cima de la vida cristiana, el centro y la meta de
la Iglesia. La Eucaristía es el alimento que nos fortalece, el remedio que nos
sana, el tesoro que nos enriquece, el regalo que nos alegra. La Eucaristía es
el signo más grande del amor de Dios por nosotros, que nos dice: “Este es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros; esta es mi sangre, que se derrama por
vosotros”.
Dejemos
que Jesús nos llene de su presencia
En
tiempo de Cuaresma, demos gracias a Dios por su Iglesia, por poder participar
de la Eucaristía y por sentirnos amados por él. Reconozcamos que el templo de
Dios somos nosotros, y dejemos que Jesús lo purifique y lo llene de su
presencia. Abramos nuestro corazón a su palabra, a su gracia, a su voluntad.
Sigamos sus pasos, imitemos su ejemplo, compartamos su misión. Así podremos
celebrar con alegría la Pascua, la fiesta de la vida nueva, la fiesta del amor
sin fin.
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