Seguramente hayas oído hablar del formaldehído. Es una sustancia química
presente en multitud de objetos que nos rodean y que pueden modificar nuestros
genes, provocando que envejezcamos con más rapidez o que tengamos más tendencia
a sufrir ciertas dolencias.
Esa sustancia, en concreto, está en productos de madera prensada y
contrachapada, en cosméticos, en pegamentos y adhesivos, y en recubrimientos de
productos de papel (como los vasos de café o las bandejas de comida para
llevar). Y también puede generarlo nuestro cuerpo al consumir productos
alimenticios a los que se les ha añadido el edulcorante aspartamo.
Y es muy bueno saberlo porque, de ese modo, podemos ir evitando algunos
de esos objetos o alimentos. Es verdad que la exposición cero no existe, pero
también que reducirla puede aportar un granito de arena para que tengamos una
vida más longeva y suframos menos dolencias.
Otros tóxicos que envejecen
Otros tóxicos de los que debemos alejarnos son el tabaco y el alcohol. Y
si no podemos eliminarlos del todo, al menos sí reducirlos a la mínima
expresión.
Todavía no están claros los detalles de cómo actúan sobre nuestros
genes, pero seguramente sea con su metilación: poniendo marcas en genes que
tienen una función protectora y convirtiéndolos en mudos.
Y no solo envejecen por dentro: un estudio publicado en The Journal of
Clinical and Aesthetic Dermatology demostró que ambas cosas envejecen el
rostro.
• El tabaco provoca más arrugas en la frente, en el entrecejo, en los
ojos (patas de gallo) y en la boca, y unos labios menos gruesos.
• El exceso de alcohol causa hinchazón bajo los ojos y en las comisuras
de la boca, así como pérdida de volumen en la parte media de la cara.
Tu edad no es la que consta en tu DNI
Los genes y el ADN no son inamovibles. Cómo se expresen y lo que ocurra
en el organismo por ‘las órdenes’ que envíen puede cambiar, para bien o para
mal.
Lo explicaré de una forma sencilla: la información contenida en el ADN
equivale a las letras de un libro; las modificaciones epigenéticas, en cambio,
son los subtítulos, las letras mayúsculas y minúsculas, la puntuación y los
acentos que añadimos. Son marcas que modifican los genes. Y nuestros hábitos
pueden ser los que vayan generando esas marcas.
A través de ellas la Ciencia puede ya determinar la edad biológica (los
años que tienen tus órganos y tejidos) y ver las diferencias con la edad
cronológica (según el año en que naciste). Por ejemplo, una persona cuyo DNI
nos dice que tiene 40 años puede ser que en realidad tenga células que hayan
envejecido prematuramente y correspondan a una persona de 60 años. Es posible
que un mal estilo de vida ‘haya marcado’ sus genes y haya provocado que su
cuerpo envejezca más deprisa. No ocurre solo con las personas que fuman, sino
también con quienes tienen infecciones crónicas. Ambas circunstancias van
deteriorando los genes de la juventud y propiciando arrugas internas que
envejecen por dentro y por fuera.
Lo que puedes hacer para cuidar tus genes
Pero podemos evitar esas marcas. Casi nada está predeterminado de forma
fija en nuestro genoma y lo que hacemos importa para ir contrarrestando esos
factores que envejecen o alteran nuestros genes. ¡Hay margen para la esperanza!
Lo vemos a diario con personas que reflejan el proceso contrario al que
acabo de citar: nacieron hace 70 años pero tienen perfiles epigenéticos de 10 o
15 años menos. Por lo general, son individuos que se han cuidado al no consumir
sustancias tóxicas, que no han seguido una alimentación excesiva y que han
evitado permanecer muchas horas sentados.
De momento, no existe el medicamento capaz de frenar el envejecimiento.
La única forma de hacerlo es seguir hábitos de vida saludables: evitar el
sedentarismo, el alcohol, el tabaco, los alimentos poco saludables y las
infecciones víricas, entre otros.
La alimentación que merecen tus células
¿Qué comer para vivir más? La decisión de qué incluimos en nuestros
platos es, evidentemente, un factor que determina en gran medida un envejecimiento
saludable, y da más vida a los años y no más años a la vida. Las bebidas muy
azucaradas, la comida ultraprocesada y las dietas ricas en grasa acortan la
vida y se asocian a enfermedades que molestan bastante en las últimas décadas
de nuestra existencia, como la diabetes 2 o la enfermedad cardiovascular.
Cuando salen noticias de personas centenarias (más de 100 años) y
supercentenarias (más de 110 años) nos preguntamos cuál es su secreto. Muchas
de esas personas tan longevas se encuentran en Japón y uno de los aspectos que
se repite con frecuencia es que hacen un mayor consumo de pescado,
especialmente el azul. Dar prioridad a ese alimento no parece, por lo tanto,
nada descabellado.
Comer un poco menos para vivir un poco más debería ser nuestra máxima.
La restricción calórica es un aspecto importante y que está de rabiosa
actualidad, aunque arrastra cierta polémica.
La idea sería quedarnos con un poquito de hambre en cada comida. Eso nos
conferiría un tiempo extra de vida al reducirse el gasto energético de nuestras
células. Funciona en varios modelos de animales de laboratorio, pero en los
humanos no está tan claro. Aun así, podría explicar por qué personas que
sufrieron grandes hambrunas –por ejemplo, durante las guerras– luego alcanzan
edades muy avanzadas. Estos grandes longevos serían los supervivientes
seleccionados por la falta de alimento, aquellos que pudieron adaptarse a
sobrevivir con un mínima ingesta calórica. Debemos ser muy prudentes en este
punto porque de consumir muy pocas calorías a la desnutrición solo hay un paso
y es pequeño.
Muévete a diario
El ejercicio moderado nos proporciona una vejez más saludable y activa,
y es uno de los mejores aliados para evitar enfermedades típicas de la vejez
como el cáncer, la enfermedad cardiovascular y las neurodemencias como el Alzhéimer.
Además, cuando no es excesivo se asocia a mantener nuestros relojes
internos un poco retrasados; y eso proporciona una ventaja de supervivencia.
Pero el ejercicio no debe ser extremo: los deportistas profesionales envejecen
más pronto.
Habla, socializa, lee y sé resiliente
No podemos olvidar otro aspecto (en el que las mujeres llevan la
delantera): mantener una vida familiar y social activa. Y también una vida
laboral e intelectual dinámica. Hablar con otras personas, pasar tiempo de
calidad con ellas (en especial si tienen un carácter positivo) sienta muy bien
a nuestros genes, los rejuvenecen.
Finalmente quiero mencionar la resiliencia. Ser resiliente implica
disponer de una ventaja enorme a la hora de tener un cuerpo y una mente más
jóvenes.
La resiliciencia no es otra cosa que la capacidad de adaptarse, de
aceptar los obstáculos que nos pone la vida y, al mismo tiempo, ver qué podemos
hacer para salir fortalecidos de esa experiencia. Se cree que la gente que
sobrevive a catástrofes desarrolla una ventaja adaptativa. Algo cambia en su
interior que les hace vivir más. ME
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