Dios nos habla
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“Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se
encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó
Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se
llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz
esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan»” (Jn
20,19-23).
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“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en
el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte
ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces
vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre
cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a
hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hch 2,1ss).
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“Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado
por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos
proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor.
Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en
todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1Cor 12,3ss).
SECUENCIA
Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a
darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce
huésped del alma suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo,
templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz
en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en
el hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez,
sana nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra
frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en ti,
tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la
eterna alegría.
Nosotros le hablamos
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“Señor, envía tu Espíritu y
renueva la faz de la tierra” (Antífona del salmo).
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“Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande
eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! la tierra está llena de tus
criaturas. R.
Si les quitas el
aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y
renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para
siempre, alégrese el Señor por sus obras! que mi canto le sea agradable, y yo
me alegraré en el Señor” (Salmo 103).
Nuestra vida cambia
•
¿Qué lugar ocupa el Espíritu Santo en nuestra vida?
•
¿Cómo podemos disponernos y recibir sus dones y su presencia
más habitualmente?
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