martes, 14 de octubre de 2025

Cristo en la ciudad – El rostro del migrante y la paz que se construye caminado…

En la Plaza de San Pedro, el 5 de octubre de 2025, el Papa León XIV alzó su voz por la paz.
Pidió el alto al fuego en Oriente Medio, recordó a las víctimas del terremoto en Filipinas, denunció el antisemitismo y agradeció a los niños del mundo por rezar el Rosario. Pero entre sus palabras, hubo un mensaje que atravesó fronteras y conciencias: la paz comienza cuando reconocemos en el otro un rostro, no un número; una historia, no una amenaza. Y ese rostro, tantas veces ignorado, tiene nombre: migrante.
En un mundo que se mueve a velocidades vertiginosas y que levanta muros visibles e invisibles, el migrante encarna la fragilidad y la esperanza del ser humano. Es quien camina sin certezas, quien huye de la guerra o del hambre, pero también quien lleva consigo la fe, la familia y el anhelo de un lugar donde volver a empezar.
El migrante no es un problema que se administra: es un hermano que interpela.
Su paso desgasta los caminos, pero también ensancha el corazón de las ciudades.
El Papa León XIV, al unir su oración a la Súplica de la Virgen del Rosario en Pompeya, nos recordó que rezar por la paz no es un acto pasivo, sino un compromiso activo. Y en ese compromiso, los migrantes son testigos vivientes: ellos saben lo que es buscar refugio, cargar con el peso de la incertidumbre y aun así no perder la esperanza.
Su fe no se predica, se camina.
Cada vez que un migrante es acogido, el Evangelio se cumple. Cada vez que uno es rechazado, la ciudad se vuelve un poco más fría. Cristo sigue caminando entre los desplazados del mundo, cruzando fronteras, durmiendo en albergues improvisados y tocando las puertas de nuestras seguridades para preguntarnos: —¿Dónde está tu hermano?
En este mes del Rosario, mientras el Papa invita a orar por la paz, Cristo en la Ciudad nos recuerda que la paz no se decreta, se construye con gestos: con hospitalidad, con escucha, con ternura.
El migrante no llega para quitar, sino para recordarnos lo que somos: peregrinos todos, en busca de una patria que se llama Reino de Dios.
“Porque fui forastero, y me recibisteis” (Mateo 25,35) RM

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