En la Plaza de San Pedro, el 5 de octubre de 2025, el Papa León XIV alzó su
voz por la paz.
Pidió el alto al fuego en Oriente Medio, recordó a las víctimas del terremoto
en Filipinas, denunció el antisemitismo y agradeció a los niños del mundo por
rezar el Rosario. Pero entre sus palabras, hubo un mensaje que atravesó
fronteras y conciencias: la paz comienza cuando reconocemos en el otro
un rostro, no un número; una historia, no una amenaza. Y ese rostro, tantas veces ignorado, tiene nombre: migrante.
En un mundo que se mueve a velocidades vertiginosas y que levanta muros
visibles e invisibles, el migrante encarna la fragilidad y la esperanza del ser
humano. Es quien camina sin certezas, quien huye de la guerra o del hambre,
pero también quien lleva consigo la fe, la familia y el anhelo de un lugar
donde volver a empezar.
El migrante no es un problema que se administra: es un hermano que
interpela.
Su paso desgasta los caminos, pero también ensancha el corazón de las ciudades.
El Papa León XIV, al unir su oración a la Súplica de la Virgen del Rosario
en Pompeya, nos recordó que rezar
por la paz no es un acto pasivo, sino un compromiso activo. Y en ese
compromiso, los migrantes son testigos vivientes: ellos saben lo que es buscar
refugio, cargar con el peso de la incertidumbre y aun así no perder la
esperanza.
Su fe no se predica, se camina.
Cada vez que un migrante es acogido, el Evangelio se cumple. Cada vez que
uno es rechazado, la ciudad se vuelve un poco más fría. Cristo sigue caminando
entre los desplazados del mundo, cruzando fronteras, durmiendo en albergues
improvisados y tocando las puertas de nuestras seguridades para preguntarnos: —¿Dónde está tu hermano?
En este mes del Rosario, mientras el Papa invita a orar por la paz, Cristo en la Ciudad nos
recuerda que la paz no se decreta, se construye con gestos: con hospitalidad,
con escucha, con ternura.
El migrante no llega para quitar, sino para recordarnos lo que somos:
peregrinos todos, en busca de una patria que se llama Reino de Dios.
“Porque fui forastero, y me recibisteis” (Mateo 25,35) RM
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