jueves, 2 de octubre de 2025

Santa Teresita - Una semblanza en tres palabras...


Santa Teresita del Niño Jesús, esa monjita francesa lejana en el tiempo, pero tan cercana a nuestro corazón cristiano, esa gigante de la vida espiritual, pero a la vez tan sencilla, esa profunda doctora en la ciencia del Amor Divino, y a la vez tan poco académica, se nos presenta, una y mil veces, como una hermosa estrella en cielo de Dios, estrella que brilla e ilumina, que está lejos pero que puede influir en nosotros.
Santa Teresita, con su vida y su enseñanza se nos presenta como en la foto, en la que parece contemplar una Presencia especial, sin mirar a la cámara, está concentrada, atenta, serena, ante una Realidad que nosotros no vemos.
Pensar en Santa Teresita, como pensar en los demás Santos, es descubrir el lugar de Dios en la vida de un ser humano que lo ha encontrado. En este caso, ese descubrimiento de Dios, que transforma radicalmente la vida, podría sintetizarse en tres palabras con las cuales podemos describir, brevemente, la figura de nuestra Santa: niña, esposa y guerrera.
Niña en los brazos de Dios
La espiritualidad de Santa Teresita se conoce, fundamentalmente como infancia espiritual. Inspirada en el Evangelio, nuestra Santa vivió como un niño en los brazos de su madre. En varias ocasiones utiliza esa imagen, la del niño dormido lleno de confiado abandono. Ella dice que el “camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre”.
Y así lo vivió. Para ella, la confianza filial no fue una enseñanza más sino su propia forma de vivir. Ante las diversas dificultades que tuvo que superar para entrar al Carmelo, por ejemplo, le escribía a una de sus hermanas: “Dios no puede mandarme pruebas que estén por encima de mis fuerzas… ¡Paulina, no tengo más que a Dios, sólo a Dios, sólo a Dios”.
Por esto, su gran aspiración espiritual fue siempre reconocer su propia pequeñez e incapacidad para las cosas de Dios y la grandísima misericordia del Padre que socorre a los pequeños.
A las puertas de la muerte, por su enfermedad y prueba de la fe, exclamaba no poder más, sin embargo, estaba segura de que Dios no la dejaría sola. Así, llegó a una confianza tal que, en medio de grandes dolores, mantenía la serenidad de siempre, como el niño a punto de dormirse…
Esposa de Cristo
Un segundo aspecto de la espiritualidad que vivió nuestra Santa es su profundísimo amor a Jesús. Como anécdota pintoresca y como signo elocuente, viene bien saber que en la pared de su celda, había escrito el letrero: “Jesús es mi único amor”.
Ese amor al Señor, amor de entrega, imitación, sacrificio, amor exclusivo y fecundo, es la fuente de donde brotan todas las virtudes, anhelos, intereses de Santa Teresita.
Como esposa enamorada vivió para Él, por Él, con Él. En medio de su enfermedad y de la prueba de la fe, su hermana Paulina le preguntó dónde estaba Jesús, porque hacía tiempo que no hablaba de Él. Ella contestó, poniendo la mano sobre el corazón: “¡Está aquí! Está en mi corazón”.
Ese amor al Señor fue el anhelo de toda su vida: “¡La ciencia del amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía... Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono”.
Guerrera del Reino de Dios
Finalmente, Santa Teresita “es batalladora, aun cuando sus batallas se dan en el amor y por el amor, en la paz y por la paz… La batalla se da… contra la voluntad de la propia grandeza en lugar de la única grandeza de Dios”.
Nuestra Santa se nos presenta, con su serena dulzura, como una guerrera y conquistadora del Reino de Dios, en ella y en los demás: “Vestí las armas del Omnipotente, y su mano divina me adornó. Nada me hará temer en adelante, ¿quién podrá separarme de su amor? A su lado, lanzándome al combate, ya ni al fuego ni al hierro temeré. Sabrán mis enemigos que soy reina, que esposa soy de un Dios. Guardaré la armadura que me ciño, Jesús, ante tus ojos adorados, y hasta la última tarde del destierro serán mis votos mi mejor adorno”.
Ese ardor por la santidad la llevará a entregarse valientemente por la salvación de los demás: “Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz...!”
Más aún, su anhelo conquistador de las almas, su entrega en favor de los demás, la llevó a aceptar la prueba de la fe y le inspiró el deseo de seguir haciendo el bien por toda la eternidad: “yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”.
Conclusión
¿Qué nos deja nuestra Santa? ¿Qué podemos hacer nuestro de lo suyo para acercarnos más a Dios? Podríamos conformarnos con una sola cosa de las muchas que tiene para darnos. Pensemos, simplemente, en la importancia de vivir cada acontecimiento, cada situación, cada momento… con Jesús enfrente, descubriendo en lo pequeño de nuestra vida cotidiana, un amor que nos abraza, transforma y empuja a amar al estilo de Dios.

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