Se discute
mucho sobre qué sea y qué no sea un embrión humano. En medio del debate,
algunos afirman que el embrión es un ser humano en potencia, pero no en acto.
¿Es correcto este modo de pensar?
A la hora de
afrontar el tema, ayuda mucho considerar la vida como un proceso continuo, que
tiene un momento de inicio y termina con la muerte.
En ese
proceso, usamos las expresiones “en potencia” y “en acto”, que tienen su origen
en Aristóteles y que han adquirido un uso más o menos común, no siempre
filosófico, entre la gente.
Así, podemos
decir que un niño es un joven en potencia. No lo es en acto, porque todavía no
ha llegado a la juventud, pero puede llegar a serlo: si crece con normalidad,
si la muerte no trunca su desarrollo, un día el niño se convertirá en un joven.
Lo mismo
podemos decir del joven: es un adulto en potencia. O del adulto: es un anciano
en potencia.
Volvemos la
mirada al embrión. ¿Es correcto decir que es “un ser humano en potencia”?
Afirmar esto, si tenemos en cuenta los paralelismos anteriores, sería algo así
como decir que el embrión todavía no es un ser humano, pero puede llegar a
serlo si su desarrollo no es interrumpido por la muerte, como el niño todavía
no es un joven pero puede llegar a serlo si su existencia procede con
normalidad.
Sin embargo,
algo no cuadra cuando se usa la fórmula “el embrión es un ser humano en
potencia” como se usan las otras expresiones. Vamos a verlo con más detalle.
Decir que el
niño no es joven en acto, sino que es joven en potencia, no implica decir que
el niño no sea un ser humano. Es un ser humano en una etapa de desarrollo, la
infancia, que normalmente conduce a la siguiente etapa de desarrollo, la
juventud. En otras palabras, el niño está en potencia para ser un adulto, pero
ya es un ser humano en acto.
El embrión,
entonces, ¿es un ser humano en potencia? La fórmula es falsa, porque el embrión
humano ya es en acto un individuo de la especie humana, aunque no sea un niño
en acto.
Entonces, lo
correcto sería decir que el embrión es un niño en potencia, precisamente porque
no es un niño en acto (y también es adulto en potencia, etc.). A la vez, ya es
un ser humano en acto, aunque todavía no sea en acto ni un niño ni un adulto
(lo es en potencia). Precisamente porque es un ser humano en acto puede
recorrer, como los demás seres humanos, el proceso de la existencia a través de
diferentes etapas de desarrollo, una de las cuales es la etapa embrionaria.
Por eso,
resulta equivocado afirmar que el embrión sea un ser humano en potencia. Desde
su concepción, el embrión ya es un ser humano concreto, único, irrepetible. Tan
real como lo fuimos cada uno de nosotros en las primeras fases de nuestro
desarrollo. Tal real, que tiene la potencia (la posibilidad) de llegar a ser un
feto, un niño, un joven, un adulto y un anciano, si consigue recorrer el camino
de la vida sin interrupciones bruscas, sin que la muerte (accidental o
provocada) anule sus potencialidades.
Reconocer, por
lo tanto, al embrión humano como lo que es, un ser humano en acto y en
desarrollo, resulta no sólo un gesto de honestidad, sino que nos abre a la
justicia.
Sólo si le
vemos en su identidad, en su condición auténticamente humana, seremos capaces
de defender su derecho a la integridad y a la vida, contra quienes defienden su
muerte a través del aborto. Además, seremos capaces de ofrecerle aquello que
cada ser humano merece y necesita: amor, protección, apoyo y asistencia. Algo
que no sólo necesitan los embriones sino también los niños, los jóvenes, los
adultos y los ancianos, en un mundo que esperamos más solidario y más
comprometido en la defensa de los derechos de todos, especialmente de los más
débiles y desprotegidos. FP
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