Día litúrgico: Lunes II (B) de Adviento
Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un
día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de
la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de
Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres
trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para
ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la
multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas,
y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo:
«Hombre, tus pecados te quedan perdonados».
Los escribas y fariseos empezaron a
pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados
sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis
pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te
quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el
Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al
paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al
instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue
a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban
a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».
«Hombre, tus pecados te quedan
perdonados»
Comentario: Rev. D. Joan Carles
MONTSERRAT i Pulido (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, el
Señor enseña y cura a la vez. Hoy vemos al Señor que enseñaba a los que se
consideraban muy sabios en aquellos tiempos: los fariseos y los maestros de la
ley. A veces, nosotros podemos pensar que por el siglo en que vivimos o por los
estudios que hemos hecho, poco nos queda para aprender. Esta lógica no
sobrenatural nos lleva frecuentemente a querer hacer que los caminos de Dios
sean los nuestros y no al revés.
En la
actitud de quienes quieren la curación de su amigo vemos los esfuerzos humanos
para conseguir lo que realmente desean. Lo que querían era algo muy bueno: que
el enfermo pudiera andar. Pero no es suficiente con esto. Nuestro Señor quiere
hacer con nosotros una sanación completa. Y por eso comienza con lo que Él ha
venido a realizar en este mundo, lo que su santo nombre significa: Salvar al
hombre de sus pecados.
—La
fuente más profunda de mis males son siempre mis pecados: «Hombre, tus pecados
te quedan perdonados» (Lc 5,20). Muy frecuentemente, nuestra oración o nuestro
interés es puramente material, pero el Señor sabe lo que nos conviene más. Como
en aquellos tiempos, los consultorios de los médicos están llenos de enfermos.
Pero, como aquellos hombres, tenemos el riesgo de no ir con tanta diligencia al
lugar donde realmente nos restablecemos plenamente: al encuentro con el Señor
en el sacramento de la Penitencia.
Punto
fundamental en todo tiempo para el creyente es el encuentro sincero con
Jesucristo misericordioso. Él, rico en misericordia, nos recuerda especialmente
hoy que en este Adviento no podemos descuidar el necesario perdón que Él da a
manos llenas. Y, si es preciso, echemos los impedimentos —el tejado— que nos
impiden verle. —Yo también necesito retirar las tejas de mis prejuicios, de mis
comodidades, de mis ocupaciones, de las desconfianzas, que son un obstáculo
para “mirar de tejas arriba”.
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