Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 22 de Diciembre
Texto del Evangelio (Lc 1,46-56): En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad
de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le
temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su
propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a
Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a
nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».
María permaneció con Isabel unos tres meses, y se
volvió a su casa.
«Engrandece mi alma al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi salvador»
Comentario: Rev. D. Francesc PERARNAU i
Cañellas (Girona, España)
Hoy, el Evangelio de
la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de
alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las
palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella
conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero
ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más
profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos
muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la
Liturgia de las Horas cuando, rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel
mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas
sus bondades.
María se ha
beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha
recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la
historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba
esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una
persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose
cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del
poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49).
Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de
una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que,
día tras día, arrastramos las consecuencias.
Estamos llegando ya al
final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es
María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre
—queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos
ayudará si se lo pedimos con confianza.
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