Marcos
2, 18-22. El novio está con ellos - En una ocasión, en que los discípulos de Juan el
Bautista y los fariseos ayunaban, fueron a decir a Jesús: «¿Por qué los
discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y en cambio los
tuyos no?» Jesús les contestó: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda
mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos no tiene
sentido que ayunen. Llegará el día en que el novio les será quitado. Entonces
ayunarán. Nadie cose un remiendo de tela nueva a un vestido viejo, porque lo
añadido hará encoger el vestido, lo nuevo hará encoger lo viejo, y el desgarrón
se hará mayor. Y nadie guarda vino nuevo en odres viejos, porque el vino hará
reventar los odres, y se perderán vino y odres. A vino nuevo, odres nuevos».
Reflexión
1. En el Evangelio de hoy, Jesús se enfrenta con los judíos respecto al ayuno. Él no rechaza el ayuno en general, sólo manifiesta su inoportunidad. “¿Pueden ayunar los invitados a bodas, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen consigo al novio, no pueden ayunar”.
1. En el Evangelio de hoy, Jesús se enfrenta con los judíos respecto al ayuno. Él no rechaza el ayuno en general, sólo manifiesta su inoportunidad. “¿Pueden ayunar los invitados a bodas, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen consigo al novio, no pueden ayunar”.
Los
discípulos de Jesús no ayunan, porque Él está con ellos. Deben vivir la
felicidad del tiempo mesiánico y festejar al novio. No pueden comportarse como
en un día de duelo.
2.
Así el Evangelio de hoy es una invitación a la alegría profunda, también para
todos nosotros. Y la fuente de tal alegría es la realidad del “Dios con
nosotros”.
El
verdadero cristiano es incapaz de vivir al margen de la alegría. Por Cristo fue
introducido e instalado en la alegría, entregado a la alegría. Por eso, nuestra
alegría es la medida de nuestro apego a Dios. Y nuestra negativa al gozo es
nuestra negativa a Dios.
3.
Pero, ¿nuestra vida diaria está saturada realmente de esta alegría cristiana?
¿Vivimos verdaderamente como hombres, para los que lo más esencial de su vida
es el ser redimido por Cristo, el ser amado por el Padre?
Me
parece que no cabe duda: estamos lejos de pensar así. Es un idioma que a los
propios cristianos nos resulta raro. Desgraciadamente vivimos en una sociedad que aprecia cosas y personas no
por lo que son, sino por lo que producen y cuestan. Cada vez más estamos siendo
dominados por una sociedad que se basa en tener más y no en ser más.
Nuestras
lamentaciones e insatisfacciones van en torno de las cosas que nos faltan, de
las cosas que cada día cuestan más, de las muchas cosas que quisiéramos tener y
no podemos lograr.
Nuestra
vida se desarrolla en el juego del dolor y de la alegría, del optimismo y del
pesimismo, del éxito y del fracaso. Pero seamos sinceros: el dolor, el
pesimismo, el fracaso -así como sus contrarios- los clasificamos así según las
cosas que alcanzamos o no alcanzamos.
4.
Pocas veces pensamos en nuestras riquezas espirituales: que es maravilloso
existir, tener la suerte de vivir: que es maravilloso ser cristiano, ser
salvado por Cristo; que es maravilloso tenerle a Él como hermano que nunca nos
abandona; que es maravilloso tener a la Virgen María que nos acompaña y protege
en cada momento; que es maravilloso ser invitado al banquete en la Casa del
Padre por toda la eternidad.
En
medio de una sociedad que se deja llevar por la pasión de tener más, nosotros
debemos esforzarnos por ser más. Pero esto no significa la negación de las
cosas, sino verlas a la luz de Cristo, verlas desde su valor relativo y no
absoluto. Porque las cosas nos son dadas para su uso, no para su abuso: sólo
son medios, nunca fin.
Desde
Cristo sabemos que ni las cosas ni la vida terrena son definitivas. Sabemos que
estamos de paso, que somos peregrinos en esta tierra. Y el peregrino es aquel
que no se instala, que no busca su seguridad en poseer, sino en ser. Es aquel
que no busca su alegría en las riquezas materiales, sino en las promesas
espirituales de Dios.
5.
Queridos hermanos, aprovechemos esta Eucaristía, este banquete de bodas en que
el novio divino está con nosotros, para penetrar más en el espíritu cristiano
de alegría, de gozo, de fiesta. Y llevemos
esta alegría cristiana también afuera, en nuestra vida diaria, como testimonio
de nuestra vocación a la felicidad eterna. Ofrezcamos
especialmente alegrías, no sólo sacrificios y cruces. NS
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