Mártir
Lasallista, 21 de Mayo
Martirologio Romano: Frente a Rochefort, en la costa de Francia, beato Juan Mopinot, de la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle y mártir, que durante la Revolución Francesa, por ser religioso, fue detenido y encerrado en una sórdida embarcación, donde murió enfermo de peste. († 1794)
Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1995 por el Papa
Juan Pablo II
El Hermano León, era también de la comunidad de
Moulins y acompañó en la prisión al Hermano Roger, su Director. Juan Mopinot,
como se llamaba civilmente, había nacido en Reims, en la parroquia de Santiago,
de tantos recuerdos en los orígenes del Instituto de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas, el 12 de diciembre de 1724. Fue bautizado por el Padre
Huberto Vuyart, sacerdote de la parroquia.
Estudió con los Hermanos en la escuela de Thillois.
Ingresó en el noviciado de San Yon el 14 de enero de 1744, con 19 años. Con el
Hábito recibió el nombre de Hno. León. El 1º de noviembre de 1749 emitió los
votos perpetuos. De su estancia en Moulins hay un testimonio que dice: «Casi
todas las personas distinguidas de la ciudad habían recibido la primera instrucción
con el Hno. León».
Fue también detenido, como el Hno. Roger, el 11 de
junio de 1793. En el acta de confiscación de la escuela, en 1792, se dice que
en el cuarto del Hno. León había: «un somier, un jergón, un colchón, una manta,
un armario pequeño con dos puertas y un cajón abajo, y una candela de cobre». El
Hno. León tenía 68 años cuando fue encarcelado. Como otros presos, había
esperado que a causa de la edad avanzada no fuera deportado. Pero las
autoridades no tuvieron ninguna conmiseración.
En la «Positio», citando al abate Labiche, se dice:
«Figura en la lista de los que iban a ser deportados el 31 de marzo de 1794.
Luego lo encontramos en Rochefort. Embarcado en “Les Deux-Associés”, su
estancia fue corta en el navío, pues murió el 21 de mayo. Lo enterraron en la
isla de Aix». Y el abate Labiche añade: «No puedo elogiar mejor al Hno. León
que diciendo que era un santo. Tenía entre todos nosotros esa fama, y la
merecía. La muerte, por lo demás, no hizo sino confirmar esta opinión
favorable. Este santo hombre había conservado, en una edad muy avanzada, la jovialidad
de la juventud».
En medio de sus sufrimientos, el Hno. León había
mantenido constantemente una serenidad sobrenatural y un deseo vehemente de ver
a Dios.
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