Recibid el
Espíritu Santo
Señor, hoy
celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres
humanos y que es tu mismo Espíritu. Hoy es Pentecostés.
¿Por qué
siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad
de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti.
Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío,
olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y
el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va
metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí menos Tú.
Y luego, esa
experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido
interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el
silencio sosegado junto a Ti.
Dios de mi
vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el
silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y
superficialidad.
¿Dónde podría
yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado? ¿Quién podría
entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?
Dios de mi
alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo
tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes,
ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la
rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del
ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?
Tú eres «el
eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser.
Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me
parecen más acogedoras que tu silencio.
Penetra en mí
con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa
profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado.
Despierta en
mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar
contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.
Dios de mi
salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío.
Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo
prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de
Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me
guíe por tierra llana» (Sal. 142, 10). JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario