“Es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de
intentar, aunque ya ves que no es tan fácil empezar”. Estas palabras del tema
musical “Color esperanza” del cantante argentino, Diego Torres, nos ponen en
guardia contra uno de los peores enemigos de nuestra vida. Tenemos muchos
propósitos, nos gustaría emprender grandes proyectos, y quisiéramos superarnos
en muchos aspectos, pero siempre hay algo que nos paraliza: el miedo al
fracaso.
Parece ser que el lema de nuestra vida es: “ser sobresaliente o nada”, y
ante los primeros síntomas de una derrota, nos desanimamos y dejamos todo a la
deriva.
Este es el verdadero fiasco, dejar todo a la deriva, no emprender nada
por temor a fracasar. Las caídas son algo normal en el ser humano que está
luchando por alcanzar algún objetivo en su vida. Perder una batalla no
significa perder la guerra.
¿Qué hacer para vencer el miedo al fracaso que tantas veces nos
paraliza?
En primer lugar debemos tomar consciencia de que la lucha es algo
connatural a nuestra condición humana. Ya nos lo decían las escrituras:
“Militia est vita hominis super terram”. Somos hombres, no ángeles, podemos
equivocarnos.
En segundo lugar debemos confiar, “pintarnos la cara color esperanza”
diría en la misma canción el cantante anteriormente citado. Pero ¿en quién o en
qué debemos confiar?
Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas- que
día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de
superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser
Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por
sí solos no podemos alcanzar (Benedicto XVI, Spe Salvi, nº 31).
Necesitamos tener motivaciones humanas precisamente porque somos
humanos, y fácilmente nos cansamos si seguimos únicamente motivaciones
sobrenaturales, pero ellas no pueden superar a la esperanza en Cristo.
Siguiendo únicamente esperanzas pequeñas podemos llegar a hacer cosas muy
buenas, pero limitadas como nuestras propias fuerzas, en cambio, con nuestra
Gran Esperanza, podemos alcanzar incluso aquello que sobrepasa nuestras
fuerzas. Necesitamos esperar en algo o en alguien para alcanzar frutos en
nuestra vida, quien en nada espera, nada consigue.
Podemos ver ejemplos de personas de todo tipo que, a lo largo de la
historia, han luchado y han tenido esperanzas –más grandes o más pequeñas- y
han salido triunfantes.
Albert Einstein era considerado por sus padres un deficiente mental
cuando era niño. A los tres años todavía no había aprendido a hablar. En la
escuela fue un estudiante no destacado. Sin embargo, no se dejó llevar por esas
limitaciones que podrían asustarlo, y por medio de un gran esfuerzo y de una
esperanza en sus cualidades que parecían estar ocultas, salió adelante. Hoy,
quien era tenido por deficiente mental, es considerado un genio.
El cura de Ars tuvo muchas dificultades en sus estudios. No conseguía
aprender el latín. Teniendo 20 años de edad, era aventajado ampliamente por sus
compañeros de 12 y 13 años. Reprobó exámenes en varias ocasiones, después de
haber estudiado días y noches enteras, y fue aconsejado por sus superiores a
abandonar la vocación sacerdotal debido a su limitada capacidad intelectual. El
Cura de Ars confió en la Gran Esperanza, siguió luchando, y obtuvo de Dios la
gracia de ser ordenado sacerdote (algo que no podía alcanzar con sus propias
fuerzas), aunque sus capacidades intelectuales no crecieron en lo más mínimo, y
hoy es el patrono de los sacerdotes.
Después de estas sencillas reflexiones tenemos que volver a nuestras
ocupaciones ordinarias del día a día, al mismo ambiente que nos rodea,
afrontando los mismos problemas de siempre. La vida parece una historia
repetida y aburrida. Ofrece siempre lo mismo y nunca cambia. Nosotros podemos
hacer más divertida nuestra vida, haciendo extraordinarias nuestras cosas
ordinarias, con lucha y esperanza. Cuando nos cueste el estudio, hay que seguir
luchando, confiando que en el día de mañana nos será útil en nuestra vida.
Cuando nos cueste repetirle a nuestros hijos por décima vez lo mismo, hay que
confiar que el hacerlo les ayudará a ser personas educadas en el futuro. Cuando
nos parezca inútil continuar un proyecto emprendido y pensemos que ya no
podemos, ahí debemos confiar en que Dios sacará de ello un fruto abundante, y
seguir trabajando.
La vida es un combate, pero sólo quienes luchan y tienen esperanza la
viven en plenitud. SC
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