La
fruta es un alimento vegetal que se incorpora en todas las dietas saludables.
Se caracteriza, entre otras cosas, por su dulzura, sobre todo cuando ha
madurado correctamente. Ese sabor dulce de la fruta se debe a que contiene gran cantidad fructosa.
También
contiene glucosa, pero en mucha menos cantidad. Pero hoy nos centraremos en la
primera de ellas, la que podría ser más perjudicial para nuestra salud.
La
fructosa es, además, junto a la glucosa, un integrante del azúcar blanco (o de
mesa) y del jarabe de maíz. Ambos edulcorantes se utilizan como ingredientes
habituales en la preparación de alimentos procesados, salsas y condimentos,
dulces y bebidas refrescantes edulcoradas. Y es aquí donde empieza el problema.
Numerosos estudios asocian el incremento en el consumo de estos productos con
la mayor incidencia de enfermedades metabólicas, como la obesidad, la diabetes,
el hígado graso y los lípidos en sangre.
Cantidad y calidad, dos palabras clave
Cantidad: un mayor consumo de productos alimenticios que
contienen edulcorantes azucarados implica un mayor consumo de calorías. Si
estas no se queman, se acumulan en forma de grasa en el organismo y promueven
el desarrollo de enfermedades metabólicas.
Por
desgracia, el consumo de dietas hipercalóricas, pobres en frutas y vegetales y
ricas en grasas y en este tipo de azúcares, se ha globalizado, facilitando el
crecimiento epidémico de este tipo de patologías. En cambio, si uno va al
dietista o nutricionista o consulta cualquier guía dietética, siempre
encontrará un mismo consejo: si quiere estar sano, consuma unas cinco raciones de fruta y verduras,
repartidas en las diferentes comidas del día. Un consumo diario moderado de un
alimento natural, no procesado, como la fruta, es saludable. Y apliquemos el
sentido común, ¡no estamos hablando de consumir dos kilos de peras y un melón
al día!
Calidad: la fructosa se transforma en grasa con una gran
facilidad en el hígado. Para una misma cantidad ingerida, por ejemplo, de
fructosa y glucosa, la primera produce mayor cantidad de grasa en el hígado. En
este sentido, la fructosa en exceso tiene un mayor potencial para alterar el
metabolismo y facilitar la aparición de enfermedades metabólicas que el resto
de azúcares. Pero entonces, ¿estas patologías también se dan con el consumo de
fructosa de la fruta?
El envoltorio lo es todo
Todos
sabemos que, al fin y al cabo, somos monos evolucionados. Durante millones de
años, nuestros ancestros vivieron y se adaptaron al consumo de una dieta
variada, rica en vegetales y frutas que recolectaban en el trascurso del día.
Cuando
tomamos fructosa, no la ingerimos como tal, aislada, sino que está incorporada
en su envoltorio natural (la propia fruta), con todos los demás componentes de
la misma: fibra, minerales, vitaminas, etc. Por eso debemos masticar adecuadamente cada pieza que
tomemos. El objetivo es mezclar sus diversos componentes, entre ellos la
abundante fibra, con nuestra saliva y los jugos digestivos. Esto hace que la
fructosa que contiene la fruta se incorpore a nuestro organismo de forma lenta.
Así, las células intestinales consumen una gran mayoría de la fructosa que
absorben, de forma que muy poca cantidad de la misma llega por la sangre al
hígado para ser transformada en grasa.
Así actúa el azúcar industrial en el organismo
Cuando
tomamos una gran cantidad de fructosa, presente en un dulce, una salsa, un
helado o, sobre todo, en forma líquida, en una bebida azucarada, la situación es
muy diferente. Inundamos nuestro tubo
digestivo de fructosa, disuelta en agua, que es absorbida rápidamente
por las células intestinales, pero hasta el punto de desbordarlas. Entonces
llega al hígado, donde se transforma en grasa. El hígado se encarga de repartir
este exceso de grasa en todo nuestro organismo. Si esto sucede de forma
aislada, no tiene mayor importancia. Pero si consumimos esos alimentos de forma
abundante y frecuente, a la larga tendremos problemas de salud. El exceso de
grasa depositada en nuestro organismo nos podría producir obesidad, diabetes, hipercolesterolemia,
etc.
Con
el tiempo, los trastornos del metabolismo aumentarán el riesgo de que
padezcamos un infarto o, incluso, un proceso canceroso. Por ejemplo,
recientemente se ha publicado un estudio en el que se asocia una mayor
incidencia de cáncer cuanto mayor es el consumo de azúcares. Pero ¡atentos!,
esta asociación solo se da con el consumo
de azúcares en forma líquida, no en forma sólida. Además, cuando se
estudia específicamente la asociación entre la aparición de cáncer y el consumo
de jugos de frutas, esta también es positiva: se incrementa la incidencia de
cáncer a mayor consumo de jugos.
El azúcar de la fruta ¿es bueno o es malo?
Entonces,
el azúcar de la fruta ¿es bueno o es malo? Si ha leído lo anterior, podrá
intuir la respuesta. El consumo de fruta como tal en nuestra dieta
es saludable. Eso implica que la mordemos, la masticamos, la mezclamos con el
resto de alimentos, para facilitar su digestión. De esta forma, los componentes
de la fruta, y entre ellos la fructosa, se incorporan lentamente a nuestro
organismo. Cuando tomamos un zumo de fruta, incluso si es natural, las cosas
cambian. Tomamos mucha más cantidad de fruta que
si la tuviéramos que pelar, morder y masticar. Además, como no tomamos la
fructosa en su envoltorio natural, esta se absorbe de golpe, rápidamente, llega
al hígado y una vez allí ya sabemos lo que pasa. Por tanto, la fruta se come
como tal y los jugos son un placer que nos podemos permitir de tanto en
tanto. Y si decide tomar un zumo, por favor, ¡no quite la
pulpa! La pulpa favorece que el azúcar de la fruta se incorpore lentamente a
nuestro cuerpo, de forma más similar a lo que sucede cuando comemos
directamente la fruta. JCJE
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