Hola Jesús
Esta mañana, apenas me he aseado, y, antes de partir para el
estudio, he leído en tu Evangelio la parábola del publicano y del fariseo. Me
he dado cuenta del contraste de personas existentes ayer y hoy. Por ellas no
pasa el tiempo.
En esta hora temprana me he preguntado por el sentido de tu
parábola. Me doy cuenta de que el publicano es el prototipo de la persona
humilde que sabe abrir su corazón a ti, Señor. El fariseo, por el contrario, es
el prototipo de la persona orgullosa, incapaz de abrir su corazón a Dios.
Cuando hablo a mi gente de la humildad piensan que los
humildes son unos tontos porque se consideran como inferiores a los otros. Les
digo que humilde es un ser realista, se ve tal como es. El orgulloso, sin
embargo, no ve las cosas ni las personas en su hermosa realidad.
Reconozco que todos los personajes más amados por ti son los
pobres, los humildes, las viudas, los indefensos, los niños... Y todos ellos
son prototipos de humildad, de capacidad de tener el corazón abierto ante tu
presencia, Señor.
Los otros, como el fariseo o el joven rico, son los que
aparecen con el corazón duro y cerrado a tu influencia. Les basta su bienestar
y su bolsillo lleno de dinero.
Las personas humildes aparecen en tu Evangelio como las que
viven tanto una actitud interior de perdón y misericordia como una actitud
exterior manifestada en una opción por los pobres. ¡Menudo ejemplo el que nos
ha dejado Madre Teresa de Calcuta!
Quiero en mi carta explicar a mis amigos lo que es un fariseo,
ya que tanto en tutiempo como en el nuestro los hay a punta pala. Un fariseo
es una persona que se cree limpia y correcta y que, gracias a su actitud, puede
influir en el ánimo de Dios y convencerlo para que venga en seguida y acabe con
el mal que corrompe la sociedad. Creían lograr esto mediante un cumplimiento
estricto y escrupuloso de normas legales. Entre estas leyes sobresalen la
observancia del sábado: no se podía ni andar, ni encender fuego... La ley de la
pureza en los alimentos y en las relaciones con las personas y cosas: no se
podía hablar con personas desconocidas, no se podía tocar la sangre, tenían que
lavarse muchas veces al día y limpiar los utensilios que usaran. El pago
escrupuloso de los diezmos en los artículos que mandaba la Ley: el diezmo de la
hierbabuena y otras especias aromáticas.
Además de todo esto, ayunaban los lunes y jueves. Esta
observancia estricta los separaba de la gente normal y corriente.
Su vida espiritual era fundamentalmente externa. Despreciaban
a los demás y se creían superiores a todos. No se mojaban en nada comprometido
contra la injusticia ni la opresión del pueblo. Eran y siguen siendo
autosuficientes.
Los publicanos, por el contrario, eran considerados por los
fariseos pecadores. Y desde esta realidad de pecadores, tomaban conciencia de
la necesidad de ser perdonados por Dios. En el templo y fuera de él, el
publicano se sentía pecador. Pide a Dios que le conceda lo único válido para
cambiar su existencia, la misericordia divina. Como Zaqueo, necesitan abrir su
corazón a Dios y que El intervenga.
Jesús,¡ qué inteligente fuiste en tu respuesta!: El publicano
volvió a su casa a bien con Dios y el fariseo no. Todo el que se enaltece será
humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Señor, ahora te comprendo mejor que nunca. Tú estás dispuesto
a derramar tu ternura con nosotros con tal de que nos abramos a tu
misericordia.
Tú sales al encuentro de nuestra vida cuando celebramos tu
Eucaristía y cuando abrimos el corazón a los pobres. Solamente así descubrimos
tu presencia en nuestra vida.
Señor, si hoy vinieras a este mundo dirías palabras duras
contra los fariseos modernos, cerrados a ti y a los pobres, autosuficientes y
orgullosos. Se creen los dueños del mundo.
Perdona, Señor, si mi carta ha sido larga. Tenía ganas de
desahogarme contigo y de que supieras que, como publicano, marcho lo mejor
posible por el sendero difícil pero atrayente de tu Evangelio. C, 16
años
Amen amen amén 🙏
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