Esta
pregunta que el Resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos
decimos creyentes que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión
intelectual, sino de amor a Jesucristo.
Es
el amor lo que permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo
resucitado y lo que nos puede introducir también a nosotros en el misterio
cristiano. El que no ama apenas puede «entender» algo acerca de la fe
cristiana.
No
hemos de olvidar que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a
otra persona en una actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de
razones, pruebas y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre
«aventurarse» en el otro.
Así
sucede también en la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan a creer en
Jesucristo. Pero, si lo amo, no es en último término por los datos que me
facilitan los investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los
teólogos, sino porque él despierta en mí una confianza radical en su persona.
Pero
hay algo más. Cuando queremos realmente a una persona concreta, pensamos en
ella, la buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, toda
nuestra vida queda tocada y transformada por ella, por su vida y su misterio.
La
fe cristiana es «una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es
mucho más que «aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando
experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar,
nuestro querer y todo nuestro vivir. Un teólogo tan poco sospechoso de frivolidades
como Karl Rahner no duda en afirmar que solo podemos creer en Jesucristo «en el
supuesto de que queramos amarlo y tengamos valor para abrazarlo».
Este
amor a Jesús no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario,
es justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la
mediocridad y la mentira. Cuando se vive en comunión con Cristo es más fácil
descubrir que eso que llamamos «amor» no es muchas veces sino el «egoísmo
sensato y calculador» de quien sabe comportarse hábilmente, sin arriesgarse
nunca a amar con generosidad total.
La
experiencia del amor a Cristo puede darnos fuerzas para amar incluso sin
esperar siempre alguna ganancia o para renunciar –al menos alguna vez– a
pequeñas ventajas para servir mejor a quien nos necesita. Tal vez algo
realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de escuchar
con sinceridad la pregunta del Resucitado: «Tú, ¿me amas?».
“Si
amo a Jesucristo, no es en último término por los datos que me facilitan los
investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los teólogos, sino
porque él despierta en mí una confianza radical en su persona”.
“La
fe cristiana es «una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es
mucho más que «aceptar verdades» acerca de él”.
“Cuando
queremos realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la buscamos, la
escuchamos, nos sentimos cerca”.
JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario