Los
evangelios nos ofrecen diversas claves para entender cómo comenzaron su
andadura histórica las primeras comunidades cristianas sin la presencia de
Jesús al frente de sus seguidores. Tal vez, no fue todo tan sencillo como a veces
lo imaginamos. ¿Cómo entendieron y vivieron su relación con él, una vez
desaparecido de la tierra?
Mateo
no dice una palabra de su ascensión al cielo. Termina su evangelio con una
escena de despedida en una montaña de Galilea en la que Jesús les hace esta
solemne promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo». Los discípulos no han de sentir su ausencia. Jesús estará siempre
con ellos. Pero ¿cómo?
Lucas
ofrece una visión diferente. En la escena final de su evangelio, Jesús «se
separa de ellos subiendo hacia el cielo». Los discípulos tienen que aceptar con
todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de Dios. Pero sube al
Padre «bendiciendo» a los suyos. Sus seguidores comienzan su andadura
protegidos por aquella bendición con la que Jesús curaba a los enfermos,
perdonaba a los pecadores y acariciaba a los pequeños.
El
evangelista Juan pone en boca de Jesús unas palabras que proponen otra clave.
Al despedirse de los suyos, Jesús les dice: «Yo me voy al Padre y vosotros
estáis tristes… Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el
Espíritu Santo». La tristeza de los discípulos es explicable. Desean la
seguridad que les da tener a Jesús siempre junto a ellos. Es la tentación de
vivir de manera infantil bajo la protección del Maestro.
La
respuesta de Jesús muestra una sabia pedagogía. Su ausencia hará crecer la
madurez de sus seguidores. Les deja la impronta de su Espíritu. Será él quien,
en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos. Es
bueno recordarlo en unos tiempos en que parece crecer entre nosotros el miedo a
la creatividad, la tentación del inmovilismo o la nostalgia por un cristianismo
pensado para otros tiempos y otra cultura.
Los
cristianos hemos caído más de una vez a lo largo de la historia en la tentación
de vivir el seguimiento a Jesús de manera infantil. La fiesta de la Ascensión
del Señor nos recuerda que, terminada la presencia histórica de Jesús, vivimos
«el tiempo del Espíritu», tiempo de creatividad y de crecimiento responsable.
El Espíritu no proporciona a los seguidores de Jesús «recetas eternas». Nos da
luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos para reproducir hoy su
actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de Jesús. JAP
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