Texto del Evangelio (Lc 15,3-7): En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a los
fariseos y maestros de la Ley: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si
pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar
la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, contento, la
pone sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y
les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había
perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad
de conversión».
«Alegraos conmigo,
porque he hallado la oveja que se me había perdido»
Comentario: Rev. D. Pedro IGLESIAS
Martínez (Rubí, Barcelona, España)
Hoy celebramos la solemnidad
del Sagrado Corazón de Jesús. Desde tiempo inmemorial, el hombre sitúa
‘físicamente’ en el corazón lo mejor o lo peor del ser humano. Cristo nos
muestra el suyo, con las cicatrices de nuestro pecado, como símbolo de su amor
a los hombres, y es desde este corazón que vivifica y renueva la historia
pasada, presente y futura, desde donde contemplamos y podemos comprender la
alegría de Aquel que encuentra lo que había perdido.
«Alegraos conmigo, porque he
hallado la oveja que se me había perdido» (Lc
15,6). Cuando escuchamos estas palabras, tendemos siempre a situarnos en el
grupo de los noventa y nueve justos y observamos ‘distantes’ cómo Jesús ofrece
la salvación a cantidad de conocidos nuestros que son mucho peor que
nosotros... ¡Pues no!, la alegría de Jesús tiene un nombre y un rostro. El mío,
el tuyo, el de aquél..., todos somos ‘la oveja perdida’ por nuestros pecados;
así que..., ¡no echemos más leña al fuego de nuestra soberbia, creyéndonos
convertidos del todo!
En el tiempo que vivimos, en
que el concepto de pecado se relativiza o se niega, en el que el sacramento de
la penitencia es considerado por algunos como algo duro, triste y obsoleto, el
Señor en su parábola nos habla de alegría, y no lo hace solo aquí, sino que es
una corriente que atraviesa todo el Evangelio. Zaqueo invita a Jesús a comer
para celebrarlo, después de ser perdonado (cf.
Lc 19,1-9); el padre del hijo pródigo perdona y da una fiesta por su vuelta
(cf. Lc 15,11-32), y el Buen Pastor
se regocija por encontrar a quien se había apartado de su camino.
Decía san Josemaría que un
hombre «vale lo que vale su corazón». Meditemos desde el Evangelio de Lucas si
el precio —que va marcado en la etiqueta de nuestro corazón— concuerda con el
valor del rescate que el Sagrado Corazón de Jesús ha pagado por cada uno de
nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario