Texto del Evangelio (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus
discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de
Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis
cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban
vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y
saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo
trataban sus padres a los profetas.
»Pero ¡ay de
vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros,
los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís
ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen
bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».
«Bienaventurados los
pobres. (...) ¡Ay de vosotros los ricos!»
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER
García (Rubí, Barcelona, España)
Hoy, Jesús señala dónde está la
verdadera felicidad. En la versión de Lucas, las bienaventuranzas vienen
acompañadas por unos lamentos que se duelen por aquellos que no aceptan el
mensaje de salvación, sino que se encierran en una vida autosuficiente y egoísta.
Con las bienaventuranzas y los lamentos, Jesús hace una aplicación de la
doctrina de los dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte. No
hay una tercera posibilidad neutra: quién no va hacia la vida se encamina hacia
la muerte; quién no sigue la luz, vive en las tinieblas.
«Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc
6,20). Esta bienaventuranza es la base de todas las demás, pues quien es
pobre será capaz de recibir el Reino de Dios como un don. Quien es pobre se
dará cuenta de qué cosas ha de tener hambre y sed: no de bienes materiales,
sino de la Palabra de Dios; no de poder, sino de justicia y amor. Quien es
pobre podrá llorar ante el sufrimiento del mundo. Quien es pobre sabrá que toda
su riqueza es Dios y que, por eso, será incomprendido y perseguido por el
mundo.
«Pero ¡ay de vosotros, los
ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc 6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las
que siguen, pues quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus
riquezas al servicio de los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su
desgracia. Que Dios nos libre del afán de riquezas, de ir detrás de las
promesas del mundo y de poner nuestro corazón en los bienes materiales; que
Dios no permita que nos veamos satisfechos ante las alabanzas y adulaciones
humanas, ya que eso significaría haber puesto el corazón en la gloria del mundo
y no en la de Jesucristo. Nos será provechoso recordar lo que nos dice san
Basilio: «Quien ama al prójimo como a sí mismo no acumula cosas innecesarias
que puedan ser indispensables para otros».
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