Según la leyenda, Gurio y Samonas fueron encarcelados durante la persecución de Diocleciano, hacia el 305. Como se negasen a sacrificar a los dioses, se los colgó de una mano y se les ataron pesas en los pies. Después, estuvieron tres días en una horrible mazmorra, sin comer ni beber. Cuando los sacaron de ahí, Gurio estaba agonizante. Samonas fue torturado cruelmente otra vez, pero permaneció firme en la fe. Ambos murieron decapitados.
La persecución de Dioclesiano terminó en el 306, pero algunos años más tarde se alzó una nueva persecución en Oriente, esta vez por el emperador Licinio Valerio. Hacia el año 322, un diácono de Edesa llamado Habib se escondió durante la persecución, pero al fin se entregó para ganar la corona del martirio. El magistrado ante el que se presentó, hizo el intento de persuadirle a que abjurase de la fe y escapase con vida, pero Habib se negó a ello. Así pues, fue sentenciado a la hoguera. Su madre y otros parientes le acompañaron al sitio de la ejecución. Los verdugos le permitieron que les diese el beso de paz antes de arrojarle a las llamas. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir, que no se había consumido, y lo sepultaron junto a sus amigos, Gurio y Samonas.
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