Empieza un
nuevo día. Mentalmente planeamos lo que vamos a hacer en las próximas horas.
Muchas
actividades serán ordinarias, sencillas, sin transcendencia: preparar el
desayuno, limpiar la habitación, lavar ropa, ir al trabajo, saludar a los
conocidos.
Otras veces el
día permite escoger entre opciones diferentes. Quedarse en casa o ir de
excursión. Ver una película u otra. Visitar a un familiar enfermo o salir de
compras.
Al planificar
un nuevo día distinguimos entre lo que es ‘obligatorio’, fijo, constante, y lo
que podemos elegir desde deseos que surgen libremente en nuestros corazones.
En ocasiones,
podemos hacer un pequeño ejercicio con la imaginación para ver lo ordinario
como si fuera algo ‘elegido’, realizado con el gusto y la ilusión de quien pone
por obra lo que ama.
Así, lavar la
ropa resultará menos pesado, porque lo haremos como si fuera un pequeño juego,
o un rato de descanso, incluso una actividad que nos gusta, aunque la rutina
nos la presente como aburrida o sin sentido.
Cuando contamos
con tiempo disponible para escoger diversas opciones en libertad, nos ayudaría
mucho ver cada opción no desde el ángulo del ‘me gusta, no me gusta’, sino
desde una perspectiva maravillosa: la del amor.
Entonces, ante
las opciones libres podremos identificar aquellas que nos permitan acercarnos a
un familiar al que hemos dejado de lado, o visitar a un antiguo amigo en
problemas, o simplemente disfrutar un juego todos juntos en familia.
En el horizonte
del plan para este día, resulta posible encontrar a Alguien que da sentido a
todo, lo ordinario y lo festivo, lo obligatorio y lo escogido libremente: un
Dios que es Padre, que ama a cada uno de sus hijos, que desea lo mejor para
todos.
Ese Dios me
concede este nuevo día. Al planificarlo, al imaginar lo que escogeré y lo que
me parece ‘impuesto’ por los deberes de la vida, seré capaz de darme cuenta de
que todo momento, por pequeño e insignificante que parezca, puede convertirse
en una ocasión para dejarme amar y para amar... FP
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