El
arte de respetar
Y
respeto con la mirada y con los gestos. Respeto con
mis palabras, pocas y delicadas.
Sin
ternura, sin tacto, sin delicadeza no lograré nunca adentrarme en el corazón de
nadie. Y me sorprenderé echándole la culpa al mundo de mi soledad.
Si
no aprendo a respetar, nadie me respetará. Si no escucho con respeto, nadie me
escuchará a mí. Si no respeto que no hagan lo que aconsejo, lo que pido, lo que
exijo, me volveré intransigente y duro.
El
respeto es un arte que quiero aprender. Schweitzer escribe al respecto: “En
este punto sólo vale el dar que suscita dar en el otro: comunica a quienes
están de camino junto a ti tanto cuanto puedas de tu ser espiritual, y recibe
como algo precioso lo que ellos te devuelvan. El
respeto por el ser espiritual del otro fue para mí
algo evidente desde mi juventud”. King, Herbert. King
Nº 2 El Poder del Amor
No
puedo exigir
Me
arrodillo conmovido ante el misterio de la persona que tengo delante
de mí. No puedo presionarla. No puedo abusar de mi
posición, de mi autoridad. No puedo juzgar lo que me dice. Ni querer
cambiarla para que sea de otra manera, a la fuerza. No puedo exigirle que
se abra y me cuente lo que sucede en su corazón. Ni puedo influir para que
sea como yo espero. Yo podré darlo todo de mí. Todo lo que hay en mi corazón.
Todo lo que yo quiero compartir. Pero el otro podrá permanecer cerrado si no quiere
abrirse y contarme lo que pasa en su vida.
Un
regalo
El
respeto es un don sagrado que necesito incorporar para saber relacionarme con
las personas. Además necesito recurrir a la ternura en todo lo que
hago. Tratar
con delicadeza, intentar saber lo que el otro siente, lo que le ocurre.
Intuirlo y tratar siempre con ternura, con delicadeza, con mucha misericordia. Que
alguien sea capaz de contarme lo que le sucede es un don inmerecido. Que alguien confíe en mí sin
merecerlo es pura gratuidad. Entender la vida como gratuidad me
vuelve mejor persona. Dejo
de exigirles a los demás lo que no quieren o no pueden darme. Puedo arrodillarme ante la
belleza de su alma sin querer que sea mejor de lo que es.
Una
cualidad divina
Así es como me mira Dios a mí y
no me acabo de acostumbrar. Su abrazo es gratuidad. No se lo puedo exigir. No
me lo da sólo cuando respondo a sus expectativas. ¿Qué espera Él de mí? Creo
que sólo
quiere que sea feliz, que sea pleno. Que no tome decisiones
equivocadas y si las tomo que sepa rehacer el camino. Que me mantenga fiel en
el lugar donde he logrado ser feliz.
Que
sepa reinventarme cuando las cosas no me salen bien. Que no pierda la esperanza
cuando fracaso una y otra vez en todo lo que intento. Que me deje ayudar porque
solo no lograré nunca salir adelante. Que sueñe con cosas más grandes de las
que ahora vivo.
Que
no desprecie
Que no desprecie a nadie, que no ignore a los que
me buscan, que no exija más de lo que quieran darme. Que
sepa perdonar siempre porque el rencor me esclaviza y amarga. Que me abra a la
gracia de su Espíritu porque sólo
dejándome amar por Él acabaré siendo mejor persona. Que confíe en el futuro aunque
esté lleno de incertidumbres. Que navegue por anchos mares en
su barca, a
su lado, sin exigir que haya siempre pescas milagrosas. Que trate a los demás con
bondad, con ternura, con respeto. El amor que no se da se puede convertir en
odio o desprecio muy fácilmente. Que nunca abuse del poder que
otros me dan. Que
sepa callar mi opinión incluso cuando parece que todo va a salir mal.
No
imponerse
Que no me imponga pensando
que lo mío es lo mejor. Que sepa aceptar
los errores sin enojarme, todos nos equivocamos. Que acepte la vida en su
verdad, con sus límites, con su pobreza y su riqueza. Que no deje de alegrarme
de todas las cosas bonitas que me suceden. Que no menosprecie a nadie
porque todos son mejores que yo en algo, eso seguro. Que no me canse de buscar al
que está perdido, al que se aleja. Volverá un día a casa y
quiero estar a la puerta aguardando, buscándolo en los caminos. Que sepa aceptar las derrotas como
parte de mi vida, igual que las ausencias y las pérdidas. Que
no me crea mejor que nadie y admire
siempre a los demás. Que
me calle si no tengo algo bueno que decir de los otros. Que respete la
originalidad de cada uno sin buscar algo distinto. Eso es
lo que Dios me pide. Me
mira feliz porque me quiere, y me lanza a la vida para que cambie este mundo
con mi mirada, con mi ejemplo, con mis palabras. Y quiere que
yo mire a los demás como Él me mira a mí cada mañana. Y los trate con la misma
misericordia con la que Él me abraza cada vez que caigo. CPE
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