En la órbita del Sol Eucarístico
En momentos de fuerte sufrimiento moral, de soledad, duda o
confusión, la mayoría de nosotros, si no todos, sentimos una atracción especial
hacia Cristo Eucaristía. Y es que Cristo está allí realmente presente en el
Sagrario y como Dios que es, nos conoce y nos llama.
Para eso se quedó con nosotros, para ser compañero de camino,
consuelo, alimento, luz y guía. La experiencia nos demuestra cómo después de
esas visitas al Santísimo salimos de la capilla en paz. Tantas veces llegamos
con el espíritu descompuesto y rebelde y después de quince minutos frente a Él
recobramos la paz. No hicimos nada, simplemente estuvimos en su presencia,
‘expuestos al Sol’. Y Él hizo su labor. Sólo necesitaba tenernos delante,
rendidos con fe en su presencia, como la hemorroísa: “Con que toque la orla de tu manto quedaré sana…” (cf Mt 9,21). No
es magia, es la fuerza transformante del amor de Dios.
En muchos libros y predicaciones, al hablar de la unión con
Dios y de la búsqueda de la perfección, se insiste en los medios que el hombre
debe poner para lograr progreso espiritual: los actos de piedad, los ejercicios
espirituales, los métodos de oración, etc. y da la impresión de que la acción
de Dios se deja en segundo lugar. Pero el progreso en la oración es gracia, don
de Dios. La acción principal es la que pone Dios. El “espíritu que da vida” (1 Cor 15,49) es Él, y a Él lo recibimos
por los sacramentos que son la fuente de la vida espiritual.
Alimento espiritual
Al comer, el sistema digestivo transforma el alimento en
nuestro mismo cuerpo. En el caso de la Eucaristía, al recibirla como alimento
es Cristo quien nos transforma en sí mismo. Nos va haciendo como Él.
Para hablarnos de la unión con Él, Cristo nos propone la
parábola de la vid y los sarmientos (cf
Jn 15, 1-8). Para visualizar la imagen, ayudan los iconos que representan
esta parábola. Se ve cómo la cepa, que es Cristo, alimenta los sarmientos con
su savia. Esa savia, energía o vida que nos transmite la hostia consagrada lo
hace en virtud de la presencia real de Cristo en ella, en cuerpo, alma y
divinidad. Allí está Cristo entero escondido con todo su poder de Dios (cf. Catecismo 1374).
Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre, crece su
presencia espiritual en nosotros, el amor va creciendo, nos va transformando y
modelando, haciéndonos más y más semejantes a Él, manteniéndonos en vida
espiritual.
La Eucaristía es vida, es “el
pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51) “Si no comiereis la carne del Hijo del
hombre y no bebiereis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,54). “Mi
carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien
come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él (Jn 6,56-57).
Cuanto más nos expongamos al
calor del Sol, mejor
El maestro de oración es Cristo, aquel a quien buscamos en la
oración es a Cristo. Por eso, si queremos mejorar nuestra comunicación con Dios
lo mejor que podemos hacer es frecuentar a Cristo Eucaristía, visitarle y
recibir la comunión. Hacer la meditación diaria en su presencia es excelente
opción. Y así, poco a poco, será más grande nuestra unión con Él, toda nuestra
persona se irá modelando conforme a Su imagen. Este es el poder de la oración
ante Cristo Eucaristía.
“Podría decirse que la vida eucarística conduce a una transformación
de toda la sensibilidad, permitiendo la aparición de los sentidos espirituales:
la vista se transforma por la contemplación, el gusto se hace capaz de percibir
las realidades espirituales y la dulzura de Dios, el olfato siente el aroma de la
divinidad” (cfr. Teología espiritual, Charles André Bernard). ES
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