En la vida cotidiana, muchas veces solemos usar la
palabra ‘fiesta’ o ‘festividad’ para referirnos a los diferentes tipos de
conmemoraciones religiosas. Sin embargo, en un sentido litúrgico, cada
celebración tiene su nombre específico en función de su jerarquía, y hablamos
así, de menor a mayor importancia, de memoria libre, memoria, fiesta y
solemnidad. Las solemnidades son las celebraciones más importantes del
calendario litúrgico y están reservadas a la Santísima Trinidad, al Señor, a la
Virgen y a algunos santos. Una de las particularidades de esta celebración es
que, por su dignidad, incluye todos los elementos que se emplean los domingos.
En este caso, la solemnidad de san Pedro y san Pablo recuerda su testimonio
hasta la sangre: los dos apóstoles fueron martirizados en Roma por su fe en
Cristo. San Pedro padeció su suplicio hacia el año 67 en la colina del
Vaticano, según Tertuliano (siglo II) crucificado y según Orígenes (siglo II)
con la cabeza hacia abajo. San Pablo fue martirizado hacia la misma fecha y,
según Tertuliano, sufrió la decapitación junto a la vía Ostiense. La solemnidad
conmemora su amor a Cristo y la aceptación de la voluntad de Dios hasta dar la
vida.
Esta celebración es muy antigua y ya se registra en
el siglo IV, mencionada en la «Depositio martyrum» del año 354. Por
las mismas fechas se encuentran referencias en menciones de san Ambrosio
(Milán) y de san Agustín (África del Norte). En sus inicios, si bien se los
recordaba en conjunto, se festejaba a san Pablo en la tumba de la vía Ostiense
y a san Pedro en la catacumba de la vía Apia. La costumbre cristiana antigua de
celebrar los aniversarios de los mártires en sus monumentos sepulcrales
constituyó para Roma una dificultad en tanto que los sepulcros de los príncipes
de los apóstoles estaban alejados uno de otro.
Así, en
el siglo VII, la celebración se dividió en dos días, conmemorándose a san Pedro
el 29 de junio y a san Pablo el día siguiente. Esta doble
celebración fue la que se difundió en Oriente y Occidente. En la reforma del
calendario litúrgico de 1969 la celebración se volvió a unir en el mismo día.
En estrecha relación con esta solemnidad se celebra
el óbolo de san Pedro, una
colecta centenaria que se realiza el 29 de junio o el domingo más cercano a
esta fecha, y que simboliza la comunión con el Papa y la fraternidad con la
Iglesia. La conocida práctica caritativa se remonta a finales del siglo
VIII, cuando los anglosajones recientemente convertidos enviaban una
contribución anual al Santo Padre que recibió el nombre de «Denarius
Sancti Petri» o limosna de san Pedro. La costumbre se extendió a otros
países y fue regulada orgánicamente por el Papa Pío IX en la Encíclica «Saepe
Venerabilis» de 1871.
La solemnidad de San
Pedro y San Pablo es especial por su catolicidad. La Iglesia celebra en ellos no solo la gloria de
su martirio, sino también el misterio de su vocación apostólica, uno hacia
Israel y otro hacia los gentiles; y el llamado del Evangelio a todos los seres
humanos. La celebración nos invita especialmente a renovar nuestra fidelidad a la Iglesia, al Papa y, a través
de ellos, a Jesucristo. AJ
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