No
se trata solo de ofrecer soluciones
Dialogar
implica no querer dar soluciones. No siempre es la solución lo que se busca.
A
menudo es una oportunidad el diálogo para el desahogo. Me calmo hablando. Saco
la rabia, el miedo, el enojo al decir lo que me está pasando. Verbalizo el
problema. Lo pongo sobre la mesa y no espero soluciones. Tal vez sólo
que me escuchen con misericordia. O que se pongan en mi piel y me apoyen,
incluso aunque no tenga la razón.
El diálogo busca
en ocasiones llegar a una decisión. Pero en otras ocasiones sólo
comparto lo que siento, cómo veo las cosas, sin más pretensiones. No
quiero que pienses como yo o veas las cosas a mi manera. Pero sí
necesito sentirme comprendido, acogido, escuchado.
Conversaciones
de calidad
Dialogar
es fundamental para que el amor crezca. Cuando no hay diálogo el amor se
enfría. Quiero ser capaz de dialogar desde el corazón. Desde lo que
siento, desde la forma como veo las cosas. No quiero alterarme. Miro
con humildad al otro aunque no esté de acuerdo con lo que dice. Eso
no importa tanto a veces.
Prefiero no tener razón en muchas discusiones si con ello gano un amigo y vence el amor. Decía el papa Francisco hablando de la calidad de las conversaciones: «Las conversaciones sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia. El problema es que un camino de fraternidad, local y universal sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales». Papa Francisco, Encíclica Todos hermanos
Encuentros
reales
Quisiera
tener encuentros reales en mi vida. Encuentros profundos y verdaderos
donde me doy con todo mi ser, acepto a mi hermano y
lo escucho con humildad, sin prisas, sin juzgarlo, sin caer en la
crítica. Muchas conversaciones se centran en sucesos externos a nosotros,
en personas ausentes, en realidades que no nos tocan el corazón. Cuesta hablar
de lo importante, de lo que me está costando, de lo que estoy sintiendo. Esa
forma de vivir las relaciones hace que sean más profundos los vínculos.
El
buen diálogo
Donde
hay buen diálogo las cosas funcionan bien. Quiero aprender a dialogar
de todos los temas. De los importantes, de los que me cuestan. Quiero
aprender a escuchar a mi hermano sin poner distancia, sin caer en el
juicio. No quiero solucionar sus problemas, sólo quiero escuchar
con paciencia y alegría. En el diálogo no quiero imponer
mis criterios y opiniones. La verdad es importante. Pero también lo es el
corazón del otro. A veces hablo desde mis heridas y mi vehemencia me
traiciona. No me dejo complementar. Busco que el otro respete lo que digo.
En ocasiones no hablo de ciertos temas con la persona a la que amo, me
da miedo. No quiero herirla, o no quiero que me hiera. Son temas
tabúes en la relación que van haciendo que el amor se seque.
Aprender
a dialogar de corazón a corazón es un arte. Quiero escuchar y contar lo
que me pasa, lo que siento, lo que anhelo, lo que espero, lo que me decepciona,
lo que me duele. Pero me cuesta decirte lo que estoy sintiendo. No quiero
mostrar mi debilidad y me callo. Prefiero guardarme el resentimiento. Puede ser
que el miedo a tu reacción impida que me abra. No quiero sufrir más, no
quiero que me hagas daño. El miedo a exponerme y mostrarme débil, necesitado.
Entonces me callo, guardo lo que me está pasando y no lo cuento.
Un
esfuerzo para la unidad
Dialogar
es un camino para unir corazones. No hay comunión sin diálogo. No hay
verdadera unidad sin escucha y apertura. Abrir el alma en el diálogo
exige esfuerzo. No quiero arrepentirme de lo que digo, de lo que expreso y
por eso me refugio en mi silencio. O creo que si no respondo o no te llevo la
contraria la relación va a ir mejor. Pero no es así, por dentro aumenta el
resentimiento y comienzan las críticas. No me atrevo a decirte la verdad, mi
verdad, lo que siento y veo desde fuera. No me atrevo a exponerte cómo se
encuentra mi corazón. Y por miedo me escondo y refugio detrás de mis muros.
Entonces no hay diálogo.
Cuando
no hay diálogo
La
mayoría de las discrepancias surgen desde los malentendidos. Creo que has
querido decirme algo que no has dicho. Interpreto tus silencios y tus palabras.
Me hago una imagen de lo que estás pensando, pero como no he hablado contigo
sólo me lo imagino. Y entonces vienen las desavenencias y
las distancias. El frío que congela el amor y la amistad. Ya no
hablo, no te digo, no te cuento. Se lo digo a otros, hablo sobre ti frente a
otras personas. Pero sin amor. Lo hago con dureza. Y la vida se me
escapa sin darme cuenta. No aprovecho las oportunidades que Dios me da
para encontrarme contigo de corazón a corazón. No escucho y no cuento. No te
abrazo y te dejo ir. Necesito aprender a escuchar, a hablar con mesura, a abrir
el alma y dialogar dando paz. CPE
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