El
ejemplo del piadoso Job en la Biblia es quizás el más significativo de lo que
Dios hace cuando nos despoja de algo, o de todo, y luego repone y añade a
nuestra vida de manera abundante.
Dolorosa
como es, la historia de Job revela el carácter de un Dios que, lejos de sólo
querer torturar a un ser humano con un sufrimiento extremo, en realidad lo
rescata, mira su fidelidad y lo recompensa, pues no fue Dios quien quitó todo a
Job y lo zarandeó con una terrible enfermedad que casi acaba con su vida, sino
Satanás.
Una
de las formas en que crecemos como seres humanos, y también como creyentes, es
a través de las situaciones difíciles o extremas. Si la vida fuera siempre
fácil, feliz y sin variaciones, quizá nunca alcanzaríamos la madurez. El
aprendizaje y la sabiduría vienen con los años, mediante pruebas y hechos a
veces muy dolorosos.
Como
seres dependientes de Dios, la hora del dolor y la desesperación es el momento
justo en el que debemos acudir a Él, refugiarnos en Él, confiar y esperar en
Él. Correr en sentido contrario a su Majestad no arregla la situación ni sana
el dolor, de hecho, lo hace más intenso y complejo.
Apegados
a las cosas terrenales, nos es difícil soltar aquello que consideramos valioso
en nuestra vida, ya sean objetos materiales, personas, amistades, empleos,
proyectos, sueños, etcétera. Pero cuando deseamos vivir una vida cercana a
Dios, en santidad, apegados a su voluntad y hambrientos de su amor, entonces
sus propósitos empiezan a manifestarse de manera real en nuestro diario vivir,
de tal manera que ocurren muchos cambios y podemos ver la intervención real de
nuestro Señor en cada situación.
Para
pulirnos, refinarnos, y librarnos de toda la basura que nos estorba, a veces
Dios nos quita cosas que no esperamos perder. Es muy doloroso. No comprendemos
por qué, y nos rebelamos en primera instancia. Sin embargo, si permanecemos
conectados al Señor en oración y obediencia, por el tiempo que sea necesario,
Él nos mostrará su grandeza, el enorme amor que nos tiene, y el porqué de todo
lo que nos pasa, pues Él es fiel y verdadero.
Cuando
nos quita algo, ya tiene preparado algo mejor para nosotros, pues nuestro Dios tiene
siempre un propósito, no es un dios caprichoso y cruel. A veces, antes de
tiempo, abandonamos nuestra relación con Él, resentidos por aquello que se ha
ido. Pero si esperamos pacientemente y con fe, muy pronto recibiremos algo
mejor y mucho más de lo que nos fue quitado. La única forma de ser merecedores
de dicha recompensa es la fidelidad y la identidad cristiana, la aceptación del
dolor pasajero.
Cuando
Job ya desfallecía y se encontraba completamente despojado de todo, sobre el
polvo, su fe prevaleció y exclamó: Yo sé que mi
Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi
despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios. (Job 19:25 y
26)
Y
así fue. Job sabía en quién había creído. Dice la Biblia que, entonces, Dios le
devolvió la salud y multiplicó dos veces todo lo que tenía, incluyendo
posesiones, animales y familia. MG
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