“Yo soy simplemente como el burro que lleva a
Jesús. Lo peor sería fijarse en el asno y no en el que va montado en sus lomos.
El día que seamos conscientes de que somos portadores de Cristo Jesús, ese día
se va a transformar nuestro ministerio; ya no hablaremos tanto de Jesús, sino
que le dejaremos actuar con todo su poder”. -
Padre Emiliano Tardif.
Dios,
soberano Rey del universo, en su omnipotente grandeza se fía de nosotros,
simples burros, para actuar con infinito poder sobre sus hijos. No solamente
confía, sino que quiere necesitarnos para semejante propósito.
Esta
reflexión del Padre Emiliano Tardif, me recuerdan las palabras de Juan el
Bautista cuando se le preguntó si él era el Cristo: “Mas viene quien es más
poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. (Jn 1, 27) El Bautista, sin duda,
conocía plenamente su lugar en el plan de Dios. Aún cuando el pueblo
pensaba y creía que sus palabras y acciones eran dignas del Mesías, él supo
comunicar sin reserva alguna su condición de ‘burro’. Esa humildad le ganó la
santidad.
Como
bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo y con él, infinidad de dones
y carismas. A través de su don, el mismo Dios nos arma con unas capacidades
extraordinarias para la evangelización. Lo innegable es que no somos
nosotros los dueños y administradores de ese poder, sino el mismo
Altísimo. No somos más que el ‘burro’ que lo lleva en su lomo. En la
medida en que somos capaces de reconocer el alcance y el lugar de nuestra participación,
el Señor se manifiesta para mostrarnos el infinito valor comprendido en la
experiencia de servirle. Él mismo, que habiéndote escogido, llamado y facultado
para llevarlo sobre tu ‘lomo’ te hace partícipe de su despliegue de poder y
amor. Es él quien concede cada una de las bendiciones que se derraman a través
de tu ser, por medio del Espíritu.
Toda
nuestra formación como católicos, desde los primeros pasos en la catequesis
hasta los niveles más altos conseguidos a través del estudio y de los sacramentos,
tiene como propósito fundamental convertirnos en ‘burros’ que sirven al Señor. Solamente
transformándonos en humildes servidores podremos recibir lo que ésta nueva
condición requiere: discernimiento, regalo de nuevos dones, acrecentamiento de
otros ya recibidos, celo por el Evangelio, entre otros. Y todos ellos
puestos al servicio inmediato del Creador.
En
mi experiencia como ‘burro’, que apenas comienza, siento en mi corazón un deseo
ardiente de servirle. Reconozco que es él quien me permite anhelar ser su
humilde servidor, y a la vez me capacita con los elementos necesarios para
cumplir con el trabajo de ‘llevarlo’. Es él quien se manifiesta a través
de la palabra y mis manos y confirma la autenticidad de su obra.
Les
cuento que la primera vez que Dios me puso enfrente de alguien para imponer mis
manos y orar, la persona experimentó el Descanso en el Espíritu. La
sensación de un poder inimaginable que fluyó a través de mis manos y que
inmediatamente reconocí que no es mío, es sencillamente maravillosa. Esa
efusión del poder de Dios no solamente hizo descansar a uno, sino que se
devolvió hacia mi persona haciéndome estallar en llanto. Dios me confirmó
que es su poder el que se manifestó y al mismo tiempo me hizo consciente de mi pequeñez
de ‘burro’.
En
otra ocasión, durante una imposición de manos, el Espíritu Santo liberó de un
espíritu de temor a quien recibía la oración y a cambio le regaló el don de
alabar en lenguas, lo cual pude confirmar posteriormente. La fluidez y
hermosura de la alabanza que orquestaban aquellos labios estaba, sin duda, fuera
del alcance de mis sentidos. En aquel momento, todo mi cuerpo comenzó a
temblar, al punto de sentir que era yo quien experimentaría un descanso en el
espíritu. Finalmente, la persona experimentó el descanso, pero igual mi
corazón había sido testigo del poder avasallador de Dios.
Dice
el Padre Emiliano Tardif que cuando el ‘burro’ se regresa a su corral, en esa
intimidad y en el pleno análisis del trabajo realizado es que se reconoce en
toda su magnificencia la grandeza de Dios. Así me siento un poco, en mis
momentos de silencio puedo reflexionar en lo vivido y más me hago consciente de
mi pequeñez ante la gloria de mi Señor.
Permítenos
oh Dios, ser humildes y dóciles a tu llamada. Acrecienta en nosotros
el don del servicio. Conviértenos en ‘burros’, de modo que, la gente no se
fije en nosotros y permitan ser arrollados por el poder de tu
amor. Amén. JED
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