Esta
ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así
sucede ‘cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a
poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega’ (GS 16). En estos casos, la persona es
culpable del mal que comete.
El
desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de
otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida
autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su
enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones
del juicio en la conducta moral.
Si
por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin
responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle
imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es
preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.
La
conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede
al mismo tiempo ‘de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe
sincera’ (Hch 24, 16).
Cuanto
mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los
grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas
objetivas de moralidad. CIC
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