Compartir, ayudar y motivar son las prioridades de este blog, tratando de iluminar el camino de nuestros semejantes con nuestra pequeña luz interior, basados en tres pilares fundamentales: "Respeto, Humildad y Honestidad"
jueves, 30 de noviembre de 2023
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Agerico, Santo
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¿Qué es la pobreza Cristiana?…
Virtud o Condición de Vida
Es muy importante comprender que en la Iglesia
hablamos de dos tipos distintos de pobreza. Existe
la pobreza como condición que consiste en la carencia
de bienes materiales, sabemos que muchas personas lo padecen y es un problema
que debemos trabajar para solucionar. Esta pobreza es un
mal. No hay nada positivo sobre la pobreza material, en el mejor de los casos,
algo positivo se puede sacar de ello pero jamás se puede considerar un bien.
La virtud de la pobreza
es la que valoramos. Cristo habla sobre la pobreza espiritual como aquella que
merece ser premiada, aquella que es digna del Reino de los Cielos (Mt
5-3). Esta consiste en una decisión de vida, una actitud con la que Cristo
nos pide vivir para poder llegar al cielo, no depende de la condición económica
de la familia o del país del cual provenimos, no depende que hayamos perdido
todo en un incendio o hayamos ganado la lotería y no depende de las capacidades
que tengamos de hacer más o menos dinero. La virtud de la pobreza, como todas
las virtudes, depende de la voluntad humana.
El don de los bienes materiales
¿Quiere decir esto que
la pobreza espiritual nos exige hacernos pobres materialmente de forma
voluntaria? Al parecer muchas
personas creen esto, quizás no conozcamos a ninguna persona que viva con
carencias materiales por decisión personal pero constantemente escuchamos cómo
se habla en la Iglesia sobre vivir la pobreza y esto nos hace pensar en la
pobreza material. Entonces, ¿somos los católicos personas incoherentes?
¿Está mal tener cosas materiales?
Si Dios creó el mundo
sensible, este no puede ser un mal, Él nos puso en ese mundo para que disfrutáramos
de su creación. El mundo
material es un don de Dios, un medio para que podamos ser felices y podamos
amarlo a Él. Lo único que le ofende es cuando ponemos estas cosas antes que a
Él y antes que a nuestros hermanos. Dios nos da por amor, como una madre da a
sus hijos por amor, pero cuando un hijo ama más los regalos que a su madre es
cuando el niño está rechazando el don más grande que puede recibir, está
rechazando el mismo amor de su madre.
La pobreza voluntaria
no es una exigencia de Cristo y tampoco de la Iglesia. Cuando Cristo habla de
la pobreza que debemos vivir, Él quiere decir que debemos vivir desprendidos de
lo material, que le demos poca importancia a estas cosas. Este desinterés por lo material debe brotar de un
auténtico interés por lo espiritual y por la vida futura en el cielo. Quien
tiene los ojos en el cielo no se preocupa por las cosas que este mundo nos
puede ofrecer sino que se vale de ellos para lo que necesita, en esto consiste esta
virtud.
El verdadero pobre de espíritu no permite que el
dinero ni ninguna otra posesión se interponga entre él y el cielo y no piensa
dos veces antes de decidir deshacerse de algo material si esto le causa
problemas en su relación con Cristo.
La Pobreza de Cristo
Es cierto que Cristo vivió con mucha austeridad y
esto lo debemos tomar en cuenta, pero también es cierto que Cristo, no se
limitó a cubrir sus necesidades básicas, sino que dio de comer a más de cinco
mil personas y “Comieron todos y se saciaron” (Mt 14 -20), participaba en banquetes por lo que los fariseos lo
criticaron (Mt 11, 19), no se quejó
cuando María de Betania le untó los pies con nardo puro (Jn 12, 3) y su primer milagro fue el de convertir el agua en vino
en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12). De
esto no podemos concluir que Cristo vivió sin disfrutar de las cosas materiales
y mucho menos pensar que es así que debemos vivir nosotros.
Lo que vemos hacer a Cristo es poner todos los
medios necesarios para poder realizar la misión que el Padre le encomienda y de
deshacerse de todo aquello que pueda interferir en su misión. Por esto Cristo
deja el hogar y no se establece en un solo lugar sino que se dedica a recorrer
las ciudades y los poblados para difundir la buena nueva. Nada se puede interponer
entre Cristo y su misión, ni el cansancio, ni el temor, ni el dinero. Cristo
ama al Padre y vive para el Padre, todo lo demás queda en un segundo plano.
Bienaventurados los pobre de espíritu…
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de
ellos es el reino de los cielos” (Mt 5-3).
Finalmente lo que esto significa es que para heredar el cielo
simplemente hay que quererlo, porque quien de verdad quiere algo dedica su
tiempo y energías para conseguirlo. Por esto pedimos a
nuestro Señor Jesucristo que nos conceda la virtud de la pobreza, de modo que
vivamos día a día con la ilusión de luchar por alcanzar el cielo y cuando este
deseo esté profundamente en nuestros corazones, ya no seremos ciudadanos de la
tierra sino del paraíso que el Padre nos tiene preparado.
El llamado de Cristo en
el monte de las bienaventuranzas es a identificar cuáles son esas cosas que nos
atan a la tierra y no nos permiten ascender hacia Él y preguntarnos ¿Cómo quisiera Cristo que usara esto? ¿Lo
puedo aprovechar para crecer en mi relación con Dios o debo desprenderme y
alejarme de ello? RP
Día litúrgico: Viernes XXXIV (A) del tiempo ordinario
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miércoles, 29 de noviembre de 2023
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Todo lo que los Audiolibros pueden hacer por tu mente…
La oración que brota de la fe…
Como
lo demuestra la vida de Jesucristo, más que una acción, o algo que practicar,
la oración es nuestra condición de hijos de Dios. Los hijos hablan con sus
padres y la oración se propone en todo momento activar nuestra relación de
hijos de Dios.
En
la oración no se trata primordialmente de experimentar cosas o de tener
revelaciones especiales, sino de desarrollar esta conciencia y de llegar a
sentir a Dios como nuestro Padre. Por medio de la oración, Jesús nos va
llevando a experimentar a Dios no como una energía, ni como una entidad fría
-como el juez inicuo de la parábola-, sino como un Padre misericordioso que
hará justicia sin tardar al ver la aflicción de sus hijos. Vamos a la oración,
en primer lugar, para encontrarnos con Dios a quien hemos descubierto como un
verdadero Padre.
Podemos
tener muchas necesidades, pero la primera necesidad que tenemos es afianzar la
relación con Dios, la necesidad de la presencia y el amor del Padre que se nos
concede en la oración. El propósito de la oración es estar con Dios, cuidar la
amistad con Él y sentir cada vez más la necesidad de nunca separarnos de Él.
Lo
primero que tenemos que llegar a ver en la oración es que antes de obtener
alguna cosa, antes de recibir las bendiciones que tanto pedimos en la oración,
tenemos a Dios.
Por
eso, desde el primer momento la oración rinde frutos de salvación pues nos hace
entrar en la presencia de Dios, nos atrapa poco a poco en ese diálogo con el
Señor y nos lleva a experimentar su santísimo amor que alienta en la vida. Dios
nos llama y nos espera a través de los momentos de silencio que debemos
propiciar para acudir a su encuentro.
Una
vez que se afianza nuestra conciencia como hijos de Dios que acuden a su
presencia en la oración, aparece la segunda característica. En la oración
tenemos que aprender a ser perseverantes e insistentes; no nos podemos cansar
ni bajar los brazos, pues solamente perseverando en la oración y siendo
sostenidos por los hermanos en los momentos de debilidad -como Aarón y Jur que
sostienen los brazos de Moisés-, lograremos superar las adversidades y recibir
las bendiciones que tanto le pedimos a Dios.
Llegados
a este punto algunos pueden preguntar: si Dios es amor y misericordia, ¿por qué
suplicar tanto?, ¿acaso Dios es sordo como ese juez inicuo del evangelio?, ¿por
qué no nos escucha a la primera si pedimos sinceramente y con devoción? ¿Por
qué Dios no ve nuestra aflicción y las injusticias que estamos padeciendo? ¿Habrá
que insistir para doblegar a Dios “que se hace del rogar”?
Para
responder a estas preguntas difíciles que llegan a ser desgarradoras en el caso
de algunos hermanos que enfrentan situaciones delicadas en la vida, tenemos que
recordar la enseñanza de Jesús que insistió que la relación primordial del
hombre con Dios se da a través de la fe.
De
la fe brota el amor, la confianza y la oración. Por lo tanto, Dios no se hace
del rogar, Dios no se hace el sordo, sino que quiere ser la fuente y el
fundamento de nuestra fe. Una oración que no brote de la fe difícilmente
llegará a ser escuchada.
De
ahí la necesidad de ir a lo más profundo de nosotros mismos para profundizar en
nuestra fe, para que brote con fuerza hasta que lleguemos a expresar esas
oraciones que Dios espera, oraciones y súplicas impulsadas por la fe, no
simplemente por la necesidad, ni mucho menos por la superstición, sino por la
fe auténtica que nos hace amar al Señor, sabernos hijos suyos y esperar su
respuesta.
Dios
siempre nos escucha, no se hace sordo e indiferente a nuestras plegarias como
el juez inicuo, pero es importante orar desde de la fe. La oración tiene que
brotar de la fe, de la confianza absoluta en que Dios nos escucha y que por su
infinito amor nos socorre en la vida. No debe brotar la oración simplemente de
la necesidad, de la desesperación o del interés por las cosas materiales.
Podemos
recurrir a una gran maestra de oración, Santa Teresa de Jesús, para recordar la
primera característica que hemos señalado de la oración: “La oración a solas no
es huir de nadie sino ir hacia Alguien. No es ausencia sino presencia. Es estar
con Él, con Dios”.
No
dejemos de confiar en ese Dios amoroso pues como nos recuerda la santa de
Ávila: “Persistir en la oración sin recompensa, no es tiempo perdido, sino una
gran ganancia. Es un esfuerzo para no pensar en uno mismo y solo dar gloria al
Señor”. JCPW