Último Domingo de Calendario
Litúrgico, dedicado a celebrar la festividad de Jesucristo Rey.
Instituida
por la Iglesia precisamente en los tiempos de la democracia, para demostrar que
la soberanía de Jesucristo no tiene condicionamientos humanos, ni es Jesucristo un Jefe elegido por votación popular, ni va a ser un
día echado de su trono o suplantado por otro rival que le venga a privar de sus
derechos.
Empezamos por escuchar al mismo
Jesús, que reivindica su condición real ante una autoridad civil, la cual le
puede hacer pagar caro su atrevimiento de proclamarse Rey.
Condenado ya como blasfemo por la
Asamblea del pueblo judío, Jesús es llevado al tribunal de Roma, que no se va a
meter en cuestiones religiosas sino en asuntos civiles.
Y empieza Pilato por la pregunta
clave:
- ¿Tú eres el rey de los judíos?
Jesús sabe muy bien que esto no
lo puede decir Pilato por cuenta suya, sino por otros que se los han ido a
contar para prevenirlo en contra del acusado. Así que Jesús le pregunta a su
vez:
- ¿Lo dices esto por ti mismo, o
porque otros te lo han dicho de mí?
Pilato se molesta un poco, aunque
le muestra a Jesús respeto y temor:
- ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y
los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contesta, porque la pregunta es sincera, y, además, se la hace la
autoridad:
- Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuese de este mundo, mis vasallos hubiesen luchado por mí, para no
ser entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí abajo.
Hay mucha dignidad en estas
palabras de Jesús, de modo que Pilato, pagano y que nada sabe de la religión
judía, sospecha algo misterioso. Por eso vuelve a la primera pregunta,
haciéndosela más concreta:
- Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús sigue el diálogo con Pilato
en un plano de mucha seriedad y sinceridad:
- Sí; yo soy rey. Para esto he
nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Quien
es de la verdad, escucha mi palabra.
Pilato no entiende. Pero se da
cuenta de que tiene delante de sí a una persona muy especial. De ahí sus
esfuerzos por salvarlo de las iras y del griterío que le viene de la calle,
azuzada como está la gente por los jefes del pueblo. Su pecado, como le
insinuará después el mismo Jesús, es estar haciendo caso a los enemigos
personales de este reo en vez de atender los gritos de su conciencia. Jesús le
deja como palabra última a Pilato esta confesión:
- Yo soy rey. Aunque mi reino no
es de este mundo.
Y Pilato, que quede tranquilo...
Jesús no causará ningún problema a los romanos, desde el momento que le asegura
que su reino no es político sino espiritual, no de este mundo sino del otro...
Juan escribe su Evangelio para
los cristianos, y más que narrar con taquigrafía el dialogo de Jesús con
Pilato, quiere hacer ver que aquella calumnia lanzada contra Jesús -de que
había sido condenado por revoltoso contra Roma-, carecía de todo fundamento.
La Iglesia de nuestros días ha
reflexionado mucho sobre este hecho de la realeza de Jesucristo. Y ha mantenido
y mantiene una fiesta que para muchos es inoportuna.
El
mundo -que se aleja de Dios con un laicismo y una secularización tan
peligrosos, ha de saber que por encima de los acontecimientos humanos y sobre
los gustos de la sociedad hay un Rey que reivindica los derechos de Dios.
Ese mundo debe rendirse a Dios, y
Jesucristo se proclama Rey para ser el primer testigo de la verdad.
A su Iglesia la constituye signo
visible de esta autoridad que Él mantiene sobre el Reino de Dios en el mundo, y
le encarga transformar las estructuras sociales de un modo conforme con el
querer de Dios.
Jesucristo
es Rey, y por eso hace de nosotros los cristianos un pueblo real, libre de toda
esclavitud.
En particular nosotros los
seglares -instruidos por el Concilio-, sabemos que participamos de la realeza
de Jesucristo; somos reconocidos como encargados de promocionar a la persona
humana; y se nos encarga meter el Evangelio en la sociedad como el fermento en
la masa, llenando del espíritu de Jesucristo todas las realidades sociales, ya
que estamos metidos dentro de todas las vicisitudes del pueblo.
Esta nuestra vocación dentro del
Pueblo de Dios es un testimonio de la realeza de Cristo.
Porque, si Jesucristo no fuera
Rey y no tuviera el dominio y la soberanía sobre todos los hombres y sobre
todas las cosas, ¿con qué derecho y autoridad, o con qué título legítimo, nos
presentaríamos nosotros ante los demás para hacerles cambiar de opinión, para
mudar sus estructuras y modos de ser, para transformar el mundo conforme a
nuestro parecer y nuestros gustos?... Aunque este parecer y estos gustos no son
nuestros -afortunadamente-, sino del mismo Jesucristo y de su Iglesia.
¡Jesucristo es Rey!
Lo proclamamos nosotros a los
cuatro vientos con humildad gozosa. Lo proclamaron con valentía ante las balas
muchos mártires modernos. PG
No hay comentarios.:
Publicar un comentario