Virtud o Condición de Vida
Es muy importante comprender que en la Iglesia
hablamos de dos tipos distintos de pobreza. Existe
la pobreza como condición que consiste en la carencia
de bienes materiales, sabemos que muchas personas lo padecen y es un problema
que debemos trabajar para solucionar. Esta pobreza es un
mal. No hay nada positivo sobre la pobreza material, en el mejor de los casos,
algo positivo se puede sacar de ello pero jamás se puede considerar un bien.
La virtud de la pobreza
es la que valoramos. Cristo habla sobre la pobreza espiritual como aquella que
merece ser premiada, aquella que es digna del Reino de los Cielos (Mt
5-3). Esta consiste en una decisión de vida, una actitud con la que Cristo
nos pide vivir para poder llegar al cielo, no depende de la condición económica
de la familia o del país del cual provenimos, no depende que hayamos perdido
todo en un incendio o hayamos ganado la lotería y no depende de las capacidades
que tengamos de hacer más o menos dinero. La virtud de la pobreza, como todas
las virtudes, depende de la voluntad humana.
El don de los bienes materiales
¿Quiere decir esto que
la pobreza espiritual nos exige hacernos pobres materialmente de forma
voluntaria? Al parecer muchas
personas creen esto, quizás no conozcamos a ninguna persona que viva con
carencias materiales por decisión personal pero constantemente escuchamos cómo
se habla en la Iglesia sobre vivir la pobreza y esto nos hace pensar en la
pobreza material. Entonces, ¿somos los católicos personas incoherentes?
¿Está mal tener cosas materiales?
Si Dios creó el mundo
sensible, este no puede ser un mal, Él nos puso en ese mundo para que disfrutáramos
de su creación. El mundo
material es un don de Dios, un medio para que podamos ser felices y podamos
amarlo a Él. Lo único que le ofende es cuando ponemos estas cosas antes que a
Él y antes que a nuestros hermanos. Dios nos da por amor, como una madre da a
sus hijos por amor, pero cuando un hijo ama más los regalos que a su madre es
cuando el niño está rechazando el don más grande que puede recibir, está
rechazando el mismo amor de su madre.
La pobreza voluntaria
no es una exigencia de Cristo y tampoco de la Iglesia. Cuando Cristo habla de
la pobreza que debemos vivir, Él quiere decir que debemos vivir desprendidos de
lo material, que le demos poca importancia a estas cosas. Este desinterés por lo material debe brotar de un
auténtico interés por lo espiritual y por la vida futura en el cielo. Quien
tiene los ojos en el cielo no se preocupa por las cosas que este mundo nos
puede ofrecer sino que se vale de ellos para lo que necesita, en esto consiste esta
virtud.
El verdadero pobre de espíritu no permite que el
dinero ni ninguna otra posesión se interponga entre él y el cielo y no piensa
dos veces antes de decidir deshacerse de algo material si esto le causa
problemas en su relación con Cristo.
La Pobreza de Cristo
Es cierto que Cristo vivió con mucha austeridad y
esto lo debemos tomar en cuenta, pero también es cierto que Cristo, no se
limitó a cubrir sus necesidades básicas, sino que dio de comer a más de cinco
mil personas y “Comieron todos y se saciaron” (Mt 14 -20), participaba en banquetes por lo que los fariseos lo
criticaron (Mt 11, 19), no se quejó
cuando María de Betania le untó los pies con nardo puro (Jn 12, 3) y su primer milagro fue el de convertir el agua en vino
en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12). De
esto no podemos concluir que Cristo vivió sin disfrutar de las cosas materiales
y mucho menos pensar que es así que debemos vivir nosotros.
Lo que vemos hacer a Cristo es poner todos los
medios necesarios para poder realizar la misión que el Padre le encomienda y de
deshacerse de todo aquello que pueda interferir en su misión. Por esto Cristo
deja el hogar y no se establece en un solo lugar sino que se dedica a recorrer
las ciudades y los poblados para difundir la buena nueva. Nada se puede interponer
entre Cristo y su misión, ni el cansancio, ni el temor, ni el dinero. Cristo
ama al Padre y vive para el Padre, todo lo demás queda en un segundo plano.
Bienaventurados los pobre de espíritu…
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de
ellos es el reino de los cielos” (Mt 5-3).
Finalmente lo que esto significa es que para heredar el cielo
simplemente hay que quererlo, porque quien de verdad quiere algo dedica su
tiempo y energías para conseguirlo. Por esto pedimos a
nuestro Señor Jesucristo que nos conceda la virtud de la pobreza, de modo que
vivamos día a día con la ilusión de luchar por alcanzar el cielo y cuando este
deseo esté profundamente en nuestros corazones, ya no seremos ciudadanos de la
tierra sino del paraíso que el Padre nos tiene preparado.
El llamado de Cristo en
el monte de las bienaventuranzas es a identificar cuáles son esas cosas que nos
atan a la tierra y no nos permiten ascender hacia Él y preguntarnos ¿Cómo quisiera Cristo que usara esto? ¿Lo
puedo aprovechar para crecer en mi relación con Dios o debo desprenderme y
alejarme de ello? RP
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