Hay personas
que nos hacen sufrir. Sabiéndolo o no, queriéndolo o no, pero nos hacen pasar
malos ratos. Nos duelen sus palabras hirientes, sus actitudes humillantes, sus
tratos despóticos, su falta de responsabilidad, sus infidelidades, sus prontos
temperamentales, sus olvidos y negligencias...
Ante personas
así podemos reaccionar siendo con ellos de la misma manera que son ellos con
nosotros: ‘para que se enteren’, ‘para que vean lo que se siente’. O bien
podemos enfrentarlos, decirles sus verdades y ponerles un alto. O incluso
evadir el problema ignorándolo y dejándolo a su suerte. Pero sabemos que estos
recursos pocas veces funcionan.
Sin embargo,
podemos también buscar el momento y las palabras más adecuadas para hacerle ver
lo que está sucediendo. Podemos poner amor: “Donde no hay amor, pon amor y
encontrarás amor” (San Juan de la Cruz).
Y por fin, orar por ellos.
Orar por una
persona querida es fácil, pero orar por una persona que te hace daño es difícil.
Apenas lo traes a la memoria en la oración y se te retuerce el estómago. Y si
llegas a formular una oración, lo más probable es que ésta sea para pedirle a
Dios que lo parta un rayo, que le dé una buena lección o que lo cree de nuevo.
Aún si te salen estos sentimientos, intenta de nuevo. Verás que la oración irá
ablandando tu corazón, pues en la oración se hace presente el Espíritu de Dios
que es amor, y Él, el Amor en persona, irá renovando tu corazón. Y te dirás: “pero
de lo que se trataba era de que el otro cambiara”. Sí, pero al orar por quien
te hace sufrir te darás cuenta de que el primero que comienza a cambiar eres tú
mismo.
Al rezar por
quienes te hacen sufrir:
- Te das la
oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede
remediar las cosas. Desahogarse con Dios sana y libera. Poner en manos de Dios
aquello que no puedes controlar ni remediar es de personas sensatas.
- Dios te hace
ver que el rencor, la venganza, la falta de perdón, el resentimiento, el odio,
no son virtudes cristianas, y que más bien debes aprender a ser como es Dios
con nosotros: rico en misericordia, dispuesto a perdonarme siempre (aunque no lo merezca), tolerante,
paciente, compasivo. “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) “Hoy estarás conmigo en el
Paraíso”. (Lc 23, 43)
- Rezas con
coherencia y sinceridad el padrenuestro y le das a tu Padre celestial excusa
suficiente para perdonarte. “Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”.
- El Espíritu
Santo comienza a modelar tu corazón conforme al Suyo. Verás que todo ese rencor
que llevas dentro es veneno que intoxica, vinagre que amarga la vida, y que a
medida que te purificas de él y lo suples con la miel de la caridad cristiana,
la vida se te hace mucho más llevadera. Ya bastante mal te lo pasas con el
sufrimiento que el otro te impone como para que lo amplifiques con el reflujo
de tu propia amargura.
- Y no te quede
la menor duda de que si rezas con fe y caridad por quienes te hacen sufrir, Dios
actuará. No esperes resultados inmediatos, simplemente espera con absoluta
confianza en que Dios obrará en el momento y de la manera que considere
oportunas.
Tal vez te
pueda servir esta oración de intercesión y sanación del P. Emiliano Tardif:
Padre de
bondad, Padre de amor, te bendigo, te alabo y te doy gracias porque por amor
nos diste a Jesús. Gracias Padre porque a la luz de tu Espíritu comprendemos
que él es la luz, la verdad y el buen pastor, que ha venido para que tengamos
vida y la tengamos en abundancia. Hoy, Padre, quiero presentarte a este
hijo(a). Tú lo(a) conoces por su nombre. Te lo(a) presento, Señor, para que Tú
pongas tus ojos de Padre amoroso en su vida. Tú conoces su corazón y conoces
las heridas de su historia. Tú conoces todo lo que él ha querido hacer y no ha
hecho. Conoces también lo que hizo o le hicieron lastimándolo. Tú conoces sus
limitaciones, errores y su pecado. Conoces los traumas y complejos de su vida.
Hoy, Padre, te pedimos que por el amor que le tienes a tu Hijo, Jesucristo,
derrames tu Santo Espíritu sobre este hermano(a) para que el calor de tu amor
sanador, penetre en lo más íntimo de su corazón. Tú que sanas los corazones
destrozados y vendas las heridas, sana a este hermano, Padre. Entra en ese
corazón, Señor Jesús, como entraste en aquella casa donde estaban tus
discípulos llenos de miedo. Tú te apareciste en medio de ellos y les dijiste:
“paz a vosotros”. Entra en este corazón y dale tu paz. Llénalo de amor. Sabemos
que el amor echa fuera el temor. Pasa por su vida y sana su corazón. Sabemos,
Señor, que Tú lo haces siempre que te lo pedimos, y te lo estamos pidiendo con
María, nuestra madre, la que estaba en las bodas de Caná cuando no había vino y
Tú respondiste a su deseo, transformando el agua en vino. Cambia su corazón y
dale un corazón generoso, un corazón afable, un corazón bondadoso, dale un
corazón nuevo. Haz brotar, Señor, en este hermano(a) los frutos de tu
presencia. Dale el fruto de tu Espíritu que es el amor, la paz y la alegría.
Haz que venga sobre él el Espíritu de las bienaventuranzas, para que él pueda
saborear y buscar a Dios cada día viviendo sin complejos ni traumas junto a su
esposo(a), junto a su familia, junto a sus hermanos. Te doy gracias, Padre, por
lo que estás haciendo hoy en su vida. Te damos gracias de todo corazón porque
Tú nos sanas, porque Tú nos liberas, porque Tú rompes las cadenas y nos das la
libertad. Gracias, Señor, porque somos templos de Tú Espíritu y ese templo no
se puede destruir porque es la Casa de Dios. Te damos gracias, Señor, por la
fe. Gracias por el amor que has puesto en nuestros corazones.
¡Qué grande
eres Señor! Bendito y alabado seas, Señor. ES
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