A
propósito, quisiera pensar en lo que significan dos palabras griegas que se
refieren al tiempo de manera diferente: la primera es ‘Cronos’. Esta palabra
hace referencia a un tiempo histórico y lineal, o sea, a la sucesión de
minutos, de horas, de días, de meses y de años. La segunda es ‘kairos’ que se
refiere a un tiempo histórico, pero puntual, un momento, una hora, la ‘hora’
exacta de la que Jesús habla muchas veces en varios textos de los evangelios.
Sí, este es el kairos, tiempo, a que se refiere Jesús. Se trata del momento en
que el fuego purificaría a la humanidad. Una humanidad que desde la presencia de
Jesús en esta tierra, se ha movido entre la aceptación de su persona y su
doctrina y el rechazo radical a que se ha enfrentado y que, después de su
muerte y resurrección, seguirá existiendo, a veces con denodado furor en
diversos momentos de la historia de su Iglesia.
Este
es el sentido de las palabras de Jesús: “¿Creen ustedes que he venido a traer
la paz a la tierra? Les digo que no; más bien he venido a traer división...”. Y
se entiende claramente cuando, ante su aceptación o su rechazo, la humanidad se
divide, se enemista, y la división, que tiene un culmen, puede provocar la
guerra y el derramamiento de sangre. Y ¿si pensamos en la paz? La paz, la
verdadera paz, es la que entrega a sus discípulos después de resucitar y que
pudiera conseguirse en el momento en que cada uno de los miembros de la
comunidad humana se decidiera por él, aprendiera de él y con él, para ser
“manso y humilde de corazón”, cargando con su yugo que, por cierto, es suave.
Esto
debiera, también, ser captado por los que nos llamamos cristianos para
decidirnos a poner nuestro granito de arena y colaborar en la construcción de
la humanidad pensada por Jesús, por la que ha derramado su sangre, víctima de
la violencia de su tiempo. ¡Cuán diferentes serían las cosas si aceptáramos la
invitación de Jesús a cargar con ese yugo! Seríamos las mujeres y los hombres
pacíficos que necesita la sociedad y evitaríamos la violencia que padecemos por
todas partes en el mundo entero. No hay otra forma que no sea evangélica, para
lograrlo, y el hombre no acaba de decidirse por quien es el autor de la paz. JDM
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