Reflexionemos
sobre dos importantes valores: la honestidad y la sinceridad, que tanta falta
hacen hoy en día.
Cuando alguien
confía en nosotros, debemos cuidar siempre no defraudar ni perder esa
confianza. Porque perder la confianza y defraudar es algo muy decepcionante.
Cuando los
padres confían en sus hijos, los hijos confían en sus padres, la mujer en el
hombre, la esposa en el esposo; cuando se confía en la autoridad, se tiene el
deber de ser honesto, pero para ser honesto se necesita ser sincero, primero
con uno mismo y después con los que confían en uno.
Pero para ser
honesto, hay que reconocer las propias limitaciones y aceptar los propios
errores. De esa forma también se irá madurando. Si se madura se irá siendo cada
vez más congruente.
Mentir es un
acto de deshonestidad, una mentira pone en duda todas las verdades. Mentir
lleva a que con el tiempo se descubran todas las falsedades de la persona. Para
lograr la confianza del individuo, es necesario ser honesto, porque no
olvidemos que después de la primera mentira toda verdad se convierte en duda. Y
cuando se miente con frecuencia se llega a creer que la mentira es la verdad.
Ser honesto es
actuar de la misma forma cuando estás en medio de mucha gente que cuando no tienes
a nadie al lado. Es una conciencia en paz.
Honestidad
significa no tener nada que ocultar. “El que ha sido digno de confianza en
cosas sin importancia, será digno también en las importantes” (Lc. 16, 10).
La honestidad
no está en las palabras y discursos, sino en las actitudes. Ser honesto es ser
sabio. FMM
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