Por eso interviene el Bautista con un
solemne testimonio. De este modo va presentando al mundo el origen divino de
Jesús. Y el Bautismo del Señor es, como sabemos, la preparación e introducción
en su vida pública.
El triple testimonio. ¿En qué consiste
el testimonio de Juan? Podemos decir que es un triple testimonio:
1. Primero
presenta a Jesús como el Cordero de Dios, que quita todo el pecado del mundo.
Con eso revela su gran misión: Él es el verdadero Cordero pascual que se
sacrificará por su pueblo. Él es el Mesías esperado, el Salvador de los hombres
que los reconciliará con Dios Padre.
2.
Jesús es aquel sobre quien Juan vio bajar el Espíritu de Dios como una paloma.
Al comenzar su misión, el Espíritu Divino lo colma con su fuerza y sus dones.
Por eso, de ahora en adelante Cristo se manifestará como hombre lleno del Espíritu
en sumo grado, como portador del Espíritu Santo por excelencia. En su fuerza
comenzará a predicar la Buena Nueva, curará a los enfermos y tratará de ganar a
su pueblo para el Reino del Padre. Por todo su ser y actuar manifestará la
presencia singular del Espíritu de Dios.
3.
Finalmente, Juan asegura que Jesús es el Hijo de Dios. Porque al bautizar a
Jesús, Juan escuchó la voz del Padre que decía: “Este es mi hijo amado, mi hijo
predilecto”. Y Cristo es el hijo preferido del Padre, por su actitud ante Él.
Todo lo que dice y hace para cumplir su misión mesiánica, lo hace por encargo
del Padre, en obediencia y amor a Él.
Se pone incondicionalmente a
disposición de la voluntad del Padre. Nada le puede apartar de su camino: queda
fiel hasta la muerte en la cruz.
Pero, ¿qué significa este triple
testimonio de Juan, el Precursor, para nosotros? Me parece que Cristo quiere
recordarnos que también nosotros, el día de nuestro Bautismo, nos convertimos
en testigos de Dios.
Y nos invita de nuevo a ser sus
testigos fieles, a dar un triple testimonio de vida:
1. En
el Bautismo nos hemos convertido todos en hermanos de Jesús y, sobre todo, en
discípulos del Señor. Y como tales hemos de dar, permanentemente, testimonio de
su amor y misericordia, de su paz, justicia y verdad en medio de este mundo y
ante nuestros hermanos.
2. A
partir del Bautismo y de la Confirmación, todos nosotros somos portadores del
Espíritu Santo. Mi alma y toda mi persona es consagrada al Espíritu y habitada
por Él. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?”, nos explica San Pablo. Y si es así, debemos dar testimonio de que
Él vive y actúa en cada uno de nosotros. Los demás deben sentir la presencia
del Espíritu Divino en cada cristiano.
3. En
el Bautismo nos transformamos también en hijos de Dios Padre. Con su muerte en
la cruz, Cristo nos regaló la gracia de ser, como Él, auténticos hijos. Fruto y
testimonio de esta infancia espiritual ha de ser nuestra actitud filial, es
decir, nuestra obediencia, disponibilidad y amor de hijos ante el Padre
celestial.
Nuestra vida es un caminar, un
peregrinar hacia el Padre, hacia el corazón de Dios. ¡Ojalá podamos
reencontrarnos todos, algún día, en la Casa del Padre! NS
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