Existe
la creencia generalizada de que el trabajo es un castigo. Se trata de una vieja
afirmación cuyo origen es una lectura incorrecta del Libro del Génesis. Según
esa idea el trabajo sería un castigo de Dios a la humanidad al haberse rebelado
Adán y Eva contra El. Quienes esto interpretan no tienen en cuenta que el mismo
Libro, mucho antes, se refiere al trabajo como participación del hombre en la
obra de la Creación. Por tanto el cansancio o maldición es consecuencia del
pecado original y no parte consustancial del trabajo.
Hay
quienes lo consideran únicamente como fuente de ingresos, otros lo usan para
escalar posiciones sociales o prestigio. Ninguno de los dos fines está mal
siempre y cuando no sean el fin último. Hay quienes no conceden ninguna
trascendencia a su trabajo y lo hacen de cualquier manera, incluso si pueden no
trabajan o trabajan menos.
Por
el contrario hay quien hace del trabajo el centro de su vida cayendo en la
profesionalitis. Indudablemente actitudes ante el trabajo como las descritas
hacen que éste sea percibido como un castigo que, además, suele afectar a la
vida personal y familiar.
Para
una persona equilibrada trabajar y hacerlo bien debe suponer una honda
satisfacción producto de la labor bien hecha. Es importante la actitud con la
que se afronta y la motivación que nos dirige. Me parece muy útil e interesante
recuperar el origen primero del trabajo que sin duda puede hacer de él una
fuente de alegría.
La generosidad como fuente de alegría
La
generosidad era definida por García Hoz como el fundamento del trato con las
personas. Implica compañerismo, amistad, espíritu de colaboración. Se trata de
una virtud que encuentra sus primeras experiencias en la familia, corresponde a
los padres fomentar en casa la participación y el espíritu de servicio ayudando
a los hijos a encontrar la felicidad que supone estar a disposición de los
demás.
La
vida ajetreada y complicada nos invita muchas veces a hacer nosotros mismos lo
que podrían y debieran hacer los hijos, puede que actuar así sea más cómodo y
efectivo pero supone ‘robar’ a los hijos oportunidades de sentirse felices y
crecer como personas.
En
un mundo materialista que tiende a reducir la generosidad a dar dinero o bienes
materiales, convendría ampliar el campo de la generosidad a la disposición de
dedicar tiempo a los demás. Por ejemplo ayudar a un hermano en los estudios,
visitar a familiares enfermos o mayores, ayudar en casa.
Experimentar
la alegría que supone ser generosos ayuda a que no todo gire en torno a uno
mismo y sus cosas, descomplica mucho la cabeza y evita pensar en problemas que
muchas veces solo están en la imaginación. AC
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