1) La desnudez como defecto humano que hay que superar
En la Biblia,
la desnudez es negativa, tanto como consecuencia del pecado (cf Gn 3,7), como
la del esclavo que es vendido, o del encarcelado y del enfermo mental que vive
en condición de alienación. Adán y Eva se dan cuenta de su desnudez, sienten la
necesidad de cubrirse y les da vergüenza presentarse ante Dios de esa manera
(cf Gn 3,10- 11). Para ventaja nuestra, Dios nos conoce muy bien, incluso él
sabe lo que hay en nuestro interior. Y tenemos que reconocer el amor de Dios
que nos reviste, nos cubre y nos protege siempre. La mirada de Dios siempre es
una mirada de amor y pureza incluso ante nuestras miserias. “A los ‘limpios de
corazón’ se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a
él. La pureza de corazón es el preámbulo de la visión ‘beatífica’. Ya desde
ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir a otro como un ‘prójimo’;
nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un
templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina” (CATECISMO
de la IGLESIA CATÓLICA, 2518- 2519).
En efecto, se
trata de la desnudez humillante del marginado, del pobre, del que se siente
solo y abandonado. Así lo describe el libro de Job: “Pasan la noche desnudos,
sin nada de ropa que ponerse, sin cobija, a merced del frío” (Job 24,7-10). El
mismo Job reconoce una realidad humana imprescindible: “Desnudo salí del seno
de mi madre, desnudo allá retornaré. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó:
¡Sea bendito el nombre del Señor!” (Job 1,21). Ésta es sin duda una de las
expresiones más hermosas de la Biblia, en forma de oración, ya que Job reconoce
en su desnudez –con la que vino al mundo y con la cual se irá– la manifestación
de la limitación humana y el amor misericordioso de Dios que siempre nos
acompaña.
El profeta
Isaías habla de una luminosidad que distingue al que obra a favor del más
necesitado: “Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas
maldad, si das de tu pan al hambriento y das tu vestido al desnudo, entonces
tendrán un sendero de luz, que conduce a las almas a Dios” (Is 58,9-10). El que
cierra los ojos ante las necesidades del prójimo ha caído en las tinieblas de
la mediocridad y la indiferencia. El que comparte su ropa con el que no la
tiene se llena de la luz del Señor, quien nos señala con claridad el camino
hacia la salvación.
La situación
del que no tiene la ropa adecuada para vestir dignamente o soportar las
inclemencias del tiempo es de por sí conmovedora. Se trata de compartir lo que
tenemos, en ropa o dinero, pero sobre todo en amor compasivo hacia el prójimo
que no tiene lo necesario para vestirse. Se trata de una obra de misericordia
la cual no puede ser eludida por nadie.
2) La compasión ante el hermano
que necesita ser vestido
De hecho, la
Biblia propone una actitud de compasión ante la desnudez, al señalar: “Comparte
tu ropa con el que está desnudo” (Tb 4,16). Los profetas alaban al que “viste
al desnudo” (Ez 18,16) y al que “cubre a quien ve desnudo” (Is 58,7). Esta obra
de misericordia la realizan cotidianamente los padres de familia ante sus hijos
y con mayor razón la persona que lava la ropa y la acomoda para ser usada, como
suelen hacerlo las amas de casa. Tal labor se convierte en obra de misericordia
al realizarla con amor. Jesús, el servidor de todos, quien señala
particularmente en la última cena que: “No he venido a ser servido sino a servir
y a dar la vida por la salvación de todos” (Mt 20,28), nos recuerda que siempre
debemos mostrarnos disponibles ante las necesidades del prójimo, tanto cuando
lo pide o cuando nos damos cuenta que nos necesita. Vestir al desnudo es algo
necesario, ver a alguien con la ropa sucia, rota, es decir mal vestido, o quien
no tiene con qué cubrirse del frío o de la lluvia, es indignante. Por lo cual,
Cristo nos señala la urgente necesidad de cubrir la desnudez de nuestro
hermano, al que podemos acercarnos. JRPC
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